sábado, 9 de diciembre de 2017

Entre incertidumbres y certezas

Decíamos en el posteo “Escasez: las ciencias sociales y el paraíso perdido” que el hombre convive con la incertidumbre como resultado de su ignorancia. Karl Popper lo ha repetido en diferentes ocasiones y nos ha señalado que el avance de la ciencia no tiene fin, no tiene límites, porque esa ignorancia sencillamente es infinita. Esta proposición también lo ha manifestado en su autobiografía intelectual Búsqueda sin término, en donde incluso llega a decir que “nunca conoceremos aquello de lo que estamos hablando” porque cuando se propone una teoría hay una infinidad de enunciados imprevisibles que pertenecen al contenido informativo de la misma formulación teórica que se está realizando.

El hombre navega en un mar de incertidumbres y como tal nos insta a buscar respuestas cambiantes y con final abierto; nunca llegaremos a una verdad absoluta que apacigüe los complejos desafíos de la vida. Pero, ¿es la incertidumbre el único inquisidor del hombre?

A pesar de su infinita ignorancia, el hombre posee certezas. Siente, piensa, actúa... vive, es una certeza cuyo realismo inteligible le permite llegar a esta verdad superando cualquier debate epistemológico. El ser humano es ante todo un sujeto que entiende y concibe el mundo en su mismo acto de ser, y está en él armonizar libremente sus propias acciones e intereses con los de la comunidad para mejorar su bienestar y la de sus semejantes. Pero ese ser en acto y en potencia tendrá categóricamente un final. La muerte es también una cruda certeza que nos da cuenta de la finitud de nuestro ser.

Así la peregrinación humana va entre el nacer y el perecer, y durante ese desarrollo el hombre le da sentido a su ser cuya potencialidad se conjuga con la permanente amenaza de un final inconcluso derivado de los riesgos impredecibles de la vida. A diferencia del animal, el hombre sabe cuál será su fin y ese es un factor que inquieta la conciencia humana. La muerte se convierte así en otro punto de inflexión para la razón: todo se termina a partir de ese trágico momento… ¿o es a partir de allí que traspasamos a una vida sobrenatural puramente espiritual o inmaterial?

 
La rigurosa expiración de la vida y la posibilidad de un más allá le advierten sobre la necesidad de una profunda introspección de sus acciones. A quién le debe rendir culto el hombre, ¿al Dios eterno o a su propia felicidad temporal?, ¿debe cultivar la espiritualidad u optar por la concupiscencia? Este planteo nos conduce a una nueva paradoja existencial: la fe nos salva espiritualmente de la carga del tiempo y su desenlace final, pero precisamos de los bienes para superar las necesidades biológicas que nos demanda cotidianamente la esfera secular.

En este sentido, para el cristianismo, el Nuevo Testamento somete al hombre a una severa advertencia: “¡qué difícil es entrar en el Reino de Dios. Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios” (Mc 10.24-25). Esta frase parece desconcertante, ¿estamos todos condenados a la pobreza para poder alcanzar la salvación? Por supuesto que no: “Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para él todo es posible” (Mc 10.26-27). El éxito económico es así una barrera al Reino de Dios si existe un desorden espiritual y una preferencia profana, dado que el amor a Dios debe estar por encima de todas las cosas, y ese amor a Dios implica su total supremacía respecto a cualquier materialismo, tanto científico como filosófico.

Pero la fe no se sustenta en base a una incuestionable prueba universal sino que apela a la razón individual y a la más íntima convicción del hombre. “De no ser por esta voz que tan claramente habla a mi conciencia y a mi corazón cuando miro a este mundo, yo sería ateo, o panteísta, o politeísta” confiesa el Cardenal Newman en su relato autobiográfico. Dios se revela al mundo a través de su creación y por medio de su hijo, el Mesías, pero es el hombre quien debe dar voluntaria y libremente su respuesta a ese llamado divino de salvación. La noción de Dios es una experiencia absolutamente personal y como nos dice Jean Guitton en Mi testamento filosófico “conservar la fe es propio de un espíritu crítico”.
 
Aunque parezca una contradicción en los términos, la incertidumbre es tan cierta para el hombre como su propia existencia y muerte ulterior, debiendo sobrellevar la innata ignorancia que le depara su misteriosa naturaleza sin sucumbir por ello en la inquebrantable búsqueda de la verdad. Todos somos deudores de la vida, una vida que por las incertidumbres que conlleva nos puede resultar tan ingrata como angustiante, pero a la vez una oportunidad virtuosa y santificante al ser el hombre protagonista de los desafíos que el don de la vida le propone personalmente honrar para sí mismo y para el bien de los demás.

domingo, 27 de marzo de 2016

Una prodigiosa lección de economía empresaria

El capítulo 25 del Evangelio según San Mateo, versículo 14 al 30, nos brinda una gran enseñanza religiosa pero también nos deja una prodigiosa lección de economía empresaria. La parábola de los talentos revela nuestra responsabilidad por los dones recibidos, nos señala el sentido de hacer fructífera la vida ejercitando nuestras propias capacidades.

Si bien la parábola nos habla del reino de Dios y del juicio final, nos habla también de emprendedurismo y empresarialidad a través de la economía de los talentos, una palabra que conlleva en el Evangelio dos significados: en primer lugar se utiliza como dinero o moneda dado que el “talento” era la unidad de medida de aquél momento, pero a la vez se utiliza como un don que debemos multiplicar en nuestra vida.


La parábola nos entrega al menos tres axiomas económicos relevantes. El primero de ellos es la desigualdad natural en las capacidades de los hombres: “A uno le dio cinco talentos, a otros dos, y uno solo a un tercero, a cada uno según su capacidad”. Los talentos no son dados a todos por igual, en la parábola el amo confió a sus servidores diferentes talentos pero a cada uno de ellos le reclamó la productividad proporcional al dinero recibido.

Esta diferenciación resalta el valor de la heterogeneidad humana en oposición a un sistema colectivista de igualación en donde nadie posee responsabilidad ni mérito alguno. En consecuencia, para que surja la responsabilidad debemos garantizar la libertad individual promoviendo una sociedad abierta y emprendedora; y para conseguir esa libertad debemos pregonar la ausencia de coacción tanto externa como interna, dado que cualquier tipo de manipulación o violencia a la persona o a su propiedad limita la libertad y condiciona las acciones humanas.

Este principio de no agresión facilita así la complementación de los talentos la cual es ciertamente virtuosa cuando brota de la acción humana libre y voluntaria, esto es cuando nace de su propio interés para sustituir, en términos de Mises, “un estado menos satisfactorio por otro mejor”. Aquí, el interés propio no anula la mutua colaboración, por el contrario, la diferencia en las capacidades y habilidades humanas es la razón de ser de aquella complementación a través de la cual podemos superar las debilidades individuales.

El segundo axioma surge como derivación del anterior y consiste en descubrir la auténtica vocación para cumplir del mejor modo con nuestro compromiso de acrecentar los frutos. La vocación es un llamado, es una convocatoria a la cual debemos responder como deudores en el transcurso de la vida, porque a ella no llegamos de forma autónoma sino por el don recibido.

Sin dudas cumplir ese llamado requiere mucha perseverancia y pasión. El desarrollo de las capacidades implica eludir el ocio y la haraganería para poner el ingenio al servicio de la creación de nuevos recursos materiales o intangibles. Esconder o reprimir nuestros talentos es contrario a la voluntad de Dios: “¡Siervo malo y holgazán! Sabías que cosecho donde no he sembrado y recojo donde no he esparcido”, nos dice el Evangelio de San Mateo.

De esta manera la parábola nos manifiesta que la actividad lucrativa no es mala per se, por el contrario, estamos llamados a multiplicar los bienes de esta tierra, y en este sentido es pertinente recordar que justamente la palabra negocio proviene de la unión de dos palabras latinas: nec otium, esto es “no ocio” o negación al ocio, vale decir, una actividad con ganancia o recompensa. De igual forma podemos decir que la avaricia por parte de aquellos que disponen la riqueza es también contraria a la voluntad de Dios como lo hizo aquél “siervo malo y holgazán” enterrando el dinero en el suelo.

Finalmente, como tercer axioma, la parábola resalta la posibilidad de valerse de la actividad financiera para conseguir el bien por el cual fuimos convocados: “tendrías que haber colocado el dinero en el banco, y así, a mi regreso, lo hubiera recuperado con intereses”. El Evangelio no solamente hace alusión al costo del capital o al valor temporal del dinero sino también a la necesidad de alcanzar un objetivo superior en el largo plazo y que le da sentido a esa responsabilidad por sustentar dicha creación de riqueza.

El valor de la empresa no resulta de la maximización de las utilidades hoy sino de las potenciales utilidades que se pueda obtener en el futuro. Pensar exclusivamente en el presente puede destruir valor a largo plazo y esa dimensión del tiempo es la que brinda un significado a la empresa dado que la continuidad del negocio a largo plazo permite superar los límites actuales para trascender hacia las próximas generaciones a través de sólidas relaciones de confianza y un saludable sistema de valores compartidos.

En resumen, los retos empresarios son hasta aquí múltiples y complejos: valorar la diversidad, motivar la iniciativa individual, fomentar la colaboración, impulsar el compromiso, desarrollar las habilidades alineadas al negocio, transmitir coherencia y ejemplo para fortalecer las creencias y valores a largo plazo; en definitiva, inspirar el significado del trabajo de sus colaboradores para liberar su talento y potenciar sus capacidades con originalidad, transparencia e integración, y conscientes además que es en la empresa en donde se amalgama gran parte de la realización de las personas como deudores de la vida.

No es extraño entonces vislumbrar la notable analogía entre los proféticos axiomas de la parábola del Evangelio con el “talentismo” que hoy están viviendo las empresas a la manera de un “nuevo capitalismo” tal como lo ha denominado Klaus Scwab, fundador del World Economic Forum. El fracaso de las teorías socialistas ha puesto de manifiesto la importancia del capital humano, siendo hoy la gestión del talento uno de los objetivos primordiales que tienen las empresas y como tal no se limita exclusivamente al “bottom line” de su estado de resultados.
 
La actividad económica es mucho más que un conjunto de transacciones comerciales, hay en ellas un sinfín de interrelaciones personales colmadas de intereses, emociones, sueños y proyectos. Las personas son la esencia de la economía empresaria, y cada una de ellas aporta su talento y su propia identidad; y como nos expresa Viktor Frankl en su maravillosa obra El hombre en busca de sentido, las personas eligen en una gran masa de posibilidades en cuál de ellas ha de realizarse, cuál será su “huella inmortal en la arena del tiempo”, cuál será el “monumento de su existencia”. Es por ello que al unir con total comprensión, ecuanimidad y destreza estas realizaciones personales con las metas y competencias requeridas por el negocio, se afianza no sólo la sustentabilidad y el éxito de la empresa a largo plazo sino también la calidad de vida de sus empleados y su propio sentido existencial.

lunes, 21 de diciembre de 2015

La función social del empresario

El empresario es un factor clave en la economía de un país, su influencia es de tal magnitud que podemos decir que la economía se fundamenta conforme a la figura del empresario dado que sin empresa no hay economía.

La función empresarial es tan amplia como compleja, motivo por el cual no es fácil circunscribir el concepto de empresario; sus acciones están referidas tanto a la propiedad intelectual del emprendimiento como a la inversión del capital, la dirección y administración de la empresa. Es por ello que su función está íntimamente relacionada a la teoría de la decisión cuyo ámbito interdisciplinario es el pilar que caracteriza al mundo de los negocios.

Para acercar una aproximación de dicho alcance podemos decir que sus funciones se extienden desde la gestación del negocio hasta la coordinación de los recursos necesarios para alcanzar su misión y objetivo estratégico, adaptarse a la evolución cultural y tecnológica, maximizar las utilidades del capital invertido y hacer de su negocio una verdadera comunidad de personas, sustentable en el tiempo y cuyo sentido trascienda a la misma empresa, a quienes la conforman y a todo su entorno económico, social y ambiental.

Como vemos el empresario requiere cubrir de manera colectiva diferentes instancias del saber y del hacer, y cuyos logros constituyen la clave del éxito y el progreso tanto de la empresa como de la economía en la cual se desarrolla, y como señalábamos precedentemente ese éxito comienza por uno de los roles más distintivos: su gestación, esto es su anhelo de “emprender”. La libre empresa supone un empresario rico en ideas y a la vez motivado por la acción, un empresario que lo anime el lucro pero también el riesgo, un empresario inspirado en el cambio pero sin que lo inhibe la posibilidad del fracaso.

De este empresario emprendedor se desprende otro de sus atributos característicos: la innovación. Uno de los primeros en destacar esta necesidad fue Joseph Schumpeter quien en su obra Capitalismo, socialismo y democracia considera al empresario como un rebelde del mercado que busca permanentemente romper el equilibrio en un proceso de “destrucción creativa”. Para Schumpeter toda empresa tiene que amoldarse a ese proceso para sobrevivir el cual es un “proceso de mutación industrial” y que “revoluciona incesantemente la estructura económica desde dentro, destruyendo ininterrumpidamente lo antiguo y creando continuamente elementos nuevos”.

La gestión de la innovación ha evolucionado a través de los años al ritmo de los cambios tecnológicos y de las diferentes metodologías de implementación, siendo en la era digital un atributo imprescindible para la creación de valor en las empresas. Pero el cuestionamiento a la posición de Schumpeter podríamos ubicarla en la concepción del mercado más que en la naturaleza de la innovación, la cual hoy se haya estimulada además por el apogeo de la creatividad a partir de los adelantos obtenidos en la neurociencia.

Israel Kirzner, en su libro Creatividad, capitalismo y justicia distributiva contrapone la función empresarial schumpeteriana como desequilibrador del mercado para crear un concepto diferente: el empresario “descubridor” de oportunidades de negocios en un contexto de conocimiento disperso y que como tal ya se encuentra en desequilibrio. Kirzner parte de los conceptos de Mises y Hayek acerca del mercado y del cálculo económico basado en la incertidumbre del futuro; es ese riesgo la fuente de las ganancias y pérdidas dado que si alguien pudiera anticipar el futuro, no habría resultado alguno. Es por esa ignorancia que el mercado es un “proceso de descubrimiento” y de esa forma el empresario no es un desequilibrador del mercado como lo proponía Schumpeter sino que es un equilibrador del conocimiento, y cuyos descubrimientos derivados de la competencia y la creatividad humana generan derechos de propiedad fundamentados en la ética y en la justicia.

El espíritu emprendedor, la gestión de la innovación y el descubrimiento de nuevas oportunidades son así los atributos intrínsecos de las empresas exitosas y los factores claves de desarrollo para cualquier economía. Sin embargo, la capacidad de “coordinación” es quizás la que sintetiza el logro de todas aquellas acciones. Existe un sinfín de información e intereses pero es el empresario, y solamente él quien puede mejor que nadie alcanzar la adecuada coordinación a través de una sana competencia, no hay nadie que pueda reemplazar esta función, esta es una responsabilidad exclusiva del empresario.

La coordinación de intereses, recursos y talentos requiere ser desplegada a toda la organización y para ello no sólo es suficiente habilidad y capacidad de gestión sino también las cualidades éticas y morales que guíen su acción. En la entrada RSE: una “nueva demanda” habíamos resaltado la importancia del capital reputacional en los negocios, siendo éste el resultado final de todas las acciones de la empresa, vale decir, una consecuencia natural de su buen desempeño, sin prebendas ni privilegio alguno.

Asimismo, la empresa y consecuentemente la responsabilidad del empresario en la economía y en la sociedad fue siempre una referencia obligada de la doctrina social de la Iglesia dado que el fundamento inmediato de esta doctrina es el hombre, su dignidad y su perfeccionamiento en el trabajo, en su familia y en su vida espiritual. La cuestión social ha estado presente desde León XIII con su encíclica Rerum Novarum hasta nuestros días, y de una u otra forma el empresario ha tenido una exhortación especial a través del cuidado de las relaciones laborales y su preocupación por el trabajo humano.

En este sentido Juan Pablo II en su encíclica Centesimus Annus resaltó la importancia de “trabajar con otros y para otros” como así también la nueva forma de propiedad vinculada al conocimiento, la técnica y el saber: “Organizar ese esfuerzo productivo, programar su duración en el tiempo, procurar que corresponda de manera positiva a las necesidades que debe satisfacer, asumiendo los riesgos necesarios: todo esto es también una fuente de riqueza en la sociedad actual. Así se hace cada vez más evidente y determinante el papel del trabajo humano, disciplinado y creativo, y el de las capacidades de iniciativa y de espíritu emprendedor, como parte esencial del mismo trabajo”. De esta manera, resalta sin rodeos la moderna economía de empresa la cual comporta para él aspectos positivos y cuya raíz es la libertad de la persona.

En el mundo actual centrado en la conectividad, las redes sociales, la colaboración mutua, la creación de vínculos y emociones, podemos concluir que hoy más que nunca la función social del empresario es esencial y vital no sólo para la creación de riqueza en las naciones sino también para el desarrollo cultural y humano de los individuos que contribuyen a esa creación, en un contexto de cambio generacional en donde los “nativos digitales” desplazarán con mayor celeridad el eje de la nueva economía.

 

sábado, 31 de octubre de 2015

Hacia un futuro mejor

Nuevamente los argentinos nos hemos emprendido a renovar otro período presidencial, por lo tanto es una buena oportunidad para preguntarse en qué condiciones vamos a seguir edificando nuestro ineludible viaje hacia el futuro.

Para ello comenzaremos repasando un diagnóstico de la situación actual a través del Barómetro de la Deuda Social Argentina elaborado por la Universidad Católica Argentina quien nos brinda un cuadro pormenorizado de nuestra calidad de vida en términos colectivos. Y es así que dicha investigación nos revela un desolador escenario como resultado de los elevados índices de pobreza estructural, altas necesidades básicas insatisfechas, baja calidad en el empleo y en el sistema social, déficit en el acceso a las viviendas y los servicios domiciliaros de red cloacal, agua corriente y gas natural, deterioradas condiciones de salud y hábitos de prevención, desconfianza en las instituciones, falta de garantías en la seguridad e integridad física de los ciudadanos, entre otros indicadores.

Este escenario se exhibe además con brechas significativas entre los distintos sectores y estratos económicos sociales y, tal como manifiesta el Rector de la Universidad en el prólogo del informe, esta cruda realidad no es sólo una deuda pendiente del gobierno sino un desafío que interpela a toda la sociedad, a los empresarios, a las instituciones, a las ciudades, a las familias y a cada uno de nosotros.

Es posible que no debamos irnos muy lejos en el tiempo para descubrir las causas de los errores pero no podemos desconocer que cargamos con una pesada herencia que se remonta a los orígenes de nuestra nación. Como nos expresa José Luis Romero en Las ideas políticas en Argentina, las huellas de la era colonial no se han podido borrar a pesar de las múltiples contingencias del desarrollo histórico.

Ahora bien, ¿cómo ha sido ese desarrollo? Luego de la conquista y colonización española en América por más de 300 años, el pasado de nuestra nación se ha desplegado a través de un sinuoso camino institucional a lo largo de otros 200 años. Una cronología muy sucinta de la historia nacional nos permite visualizar estos vaivenes:

Después de atravesar rápidamente nuestra historia podríamos decir que numerosos factores explicarían la debilitada economía y calidad institucional, y en ese sentido podemos hallar una extensa bibliografía que examina, desde diferentes perspectivas, la compleja sociología argentina. Pero hay un factor en particular que podría considerarse clave para este análisis: el abuso del poder y la práctica autoritaria del liderazgo político y su consecuente desapego al espíritu republicano presente en los antecedentes revolucionarios de nuestra nación a partir del constitucionalismo norteamericano y consagrados luego por Juan Bautista Alberdi en las Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina; como nos dice Natalio Botana en La libertad política y su historia, en la América de habla hispana quedó en pie la independencia mientras la república comenzó a recorrer desde entonces un largo trayecto, que aún no ha concluido, en procura de su legitimidad.

Es la cultura de la dominación por la fuerza o por las acciones demagógicas las que han desatado una constante tensión y desunión en el país, generando desconfianza y egoísmos sectarios nocivos a los valores más profundos de nuestra sociedad; y ello se puede advertir a través de las diferentes antinomias que fueron (y siguen) apareciendo a lo largo de la historia y que en general han sido acompañadas de hechos violentos que forman parte de nuestra antología nacional.

La democracia de por sí asume una condición inconstante propia de la libertad y la movilidad social, de allí que este sistema político además de su esencia republicana y representativa requiere una convivencia pacífica y solidaria, y un verdadero respeto de los derechos individuales, alejados tanto del clientelismo político como de la marginación social.

Revertir esta evolución histórica es una misión de todos, con distintos grados de responsabilidad claro está, pero de todos al fin. No podemos persistir en los mismos errores, tenemos que aprender las lecciones del pasado, debemos hacer un cambio superador para revertir la deuda social descripta inicialmente, y el primer paso para ello es comprender el verdadero significado de la patria, cuyo valor hoy se ve manipulado en acontecimientos meramente triviales o usos indebidos de todo tipo.

La patria (del latín pater patris) alude a la tierra de nuestros padres, a la deuda que tenemos con quienes vivimos en comunidad. Es por ello que el patriotismo es un deber del ciudadano de cooperar al bien común y como nos expresa Santo Tomas de Aquino “después de Dios, a los padres y a la patria es a quienes más debemos” porque por El existimos, de ellos nacemos y en ella nos criamos.

Más allá del nombre presidencial que surja del histórico “ballottage” que vamos a participar en los próximos días, se hace menester comenzar a transitar una nueva etapa signada por la cultura del diálogo y la transparencia para poder construir un país verdaderamente republicano y a la vez competitivo, desarrollado, justo y solidario, para alcanzar en definitiva un futuro mejor en paz y en auténtica libertad.


lunes, 10 de agosto de 2015

La otra desigualdad

Como hemos señalado en la entrada anterior, las estrategias empresarias son la base del fundamento competitivo de una nación y la economía de mercado se presenta de esta manera como la más eficaz para promover el desarrollo humano que dicha competitividad conlleva. Sin embargo, la concentración de la riqueza sigue siendo una gran preocupación para la comunidad internacional, tal como lo advirtió elocuentemente a principios de año en Davos la ONG Oxfam ante el “World Economic Forum”: en el próximo año la mitad de la riqueza global estará en manos del 1% de la población mundial, siendo actualmente esa proporción un 48% cuando en el año 2009 era 44%.

En este mismo sentido podemos reflexionar acerca de la lista de personas millonarias publicada anualmente por la revista Forbes en donde hallamos que nada menos que 1.800 personas detentan un patrimonio equivalente al 9% del PBI mundial. Para ser aún más gráfico, el PBI argentino equivaldría a la riqueza de tan sólo 10 personas incluidas en esa misma lista.

¿Cuáles son las razones que explican semejantes brechas? Una de las hipótesis y que cuenta por cierto de una extensa adhesión, formula que es justamente la libertad económica el origen de dicho fenómeno dado que permite a aquellos que detentan una posición de privilegio enriquecerse a costa de los menos poderosos.

Numerosos economistas e intelectuales abrazan con diferentes matices esta línea de pensamiento y entre ellos es interesante destacar al prestigioso filósofo norteamericano John Rawls quien en su acreditada Teoría de la justicia ha intentado corregir estas diferencias. En esa trascendental obra Rawls concluye que los hombres necesariamente deberían decidir de antemano cómo regular las pretensiones de unos y otros, y para ello nos brinda la célebre “posición original” en donde los principios de justicia deberían escogerse tras un “velo de ignorancia”, esto es desconociendo su situación en la sociedad para que de esa manera los resultados (ya sean por el azar natural o por las contingencias de las circunstancias sociales) no den a nadie ventajas ni desventajas al menos en dos principios fundamentales: 1) la igualdad en la repartición de los derechos y deberes básicos, y 2) beneficios compensadores para todos, en particular, para los miembros menos aventajados de la sociedad.

En otras palabras, la teoría de Rawls intenta lograr primero una igualdad de oportunidades básicas para todos y luego, ya en la carrera de las diferentes capacidades, intenta compensar a los más rezagados. Lo que esta teoría en el fondo está haciendo es apelar a la justicia distributiva y relegar a un segundo plano la justicia conmutativa y por lo tanto desplazar el derecho a la propiedad individual y su libertad de acción.

Más allá de la validez o no de esta primacía que nos ocuparemos en otra oportunidad, lo importante es destacar que este proceder deja al descubierto otra desigualdad muy visible entre los países y que aporta una robusta explicación a las diferencias sociales. Nos estamos refiriendo a la responsabilidad que atañe a los gobiernos que ejercen el poder público, para lo cual la “transparencia” en la que se desenvuelve la relación entre el sector público y privado pasa a ser un factor clave en los términos de aquella lógica distribucionista.

Si consideramos el informe realizado anualmente por “Transparency International”, una de las más prestigiosas publicaciones acerca de la percepción de corrupción en los diferentes países, podemos verificar una enorme divergencia y es aquella que se produce precisamente entre las sociedades que menosprecian la transparencia con aquellas que la valoran, siendo éstas últimas las que generan mayores ingresos per cápita tal como se refleja en el siguiente gráfico.

Fuente: elaboración propia en base a The World Bank y
Transparency International


Posiblemente la pobreza debería concebirse como la privación de las capacidades básicas y no sólo como una renta baja como lo afirma magníficamente el premio nobel de economía Amartya Sen en su libro Desarrollo y libertad, en donde nos manifiesta la importancia de centrarnos en la calidad de vida y en las libertades fundamentales en lugar de focalizarnos en las arraigadas tradiciones económicas con eje en la riqueza. Pero a la vez es cierto como aclara Sen que la corrupción general es uno de los principales obstáculos que impiden el progreso económico, y coincidimos con él en que es difícil erradicarla induciendo a los individuos a ser menos interesados por su beneficio personal sino que es trascendental examinar las normas y los valores presentes en cada sociedad.

En este sentido Santo Tomas de Aquino, un notable exponente del derecho natural, nos enseña en la Suma Teológica, su opus magnum, que la ley “se ordena al bien común” y se impone a modo de “regla y medida”. Con la posterior aparición del positivismo jurídico esta moralidad en las leyes perdió acaso algo de su vitalidad, aunque subsiste un factor de equilibrio dado que el poder coercitivo de las leyes no debería alejarse de dos axiomas fundamentales: la prudencia en su elaboración y la transparencia en su ejecución.

Por lo tanto, si los gobiernos no llevan a cabo fielmente esta noble tarea las sociedades caen en aquél dilema tan bien explicado por Bastiat en un ensayo publicado en 1854 titulado La ley: “Ninguna sociedad puede existir si en ella no reinan leyes en alguna medida; pero lo más seguro para que las leyes sean respetadas es que sean respetables. Cuando la ley y la moral se contradicen, el ciudadano se encuentra ante la cruel alternativa de perder la noción de moral o perder el respeto a la ley. Dos desgracias igualmente grandes entre las cuales es difícil elegir”.

Sin dudas, cualquiera sea la respuesta a este dilema, se deforma aquella pretendida justicia distributiva y por lo tanto las desigualdades sociales dejarían de ser una cuestión de privilegios de unos sobre otros provocadas por la libertad económica para pasar a ser una cuestión esencialmente axiológica y cultural, un tema que ya hemos tratado en otra oportunidad (*) y que arribamos ahora por este otro camino alternativo.

 
(*) Ver Cultura, economía y riesgo
 

sábado, 6 de junio de 2015

Libertad económica, un manantial de oportunidades

Si la economía es el estudio de la creación de recursos para satisfacer las necesidades humanas, no debería ser intrascendente el ambiente en el cual se desentraña ese proceso de generación de riqueza como así tampoco la calidad de vida de los habitantes que contribuyen a ese vital objetivo.

Es por ello que el papel del Estado y su marco jurídico es fundamental a la hora de considerar el desarrollo económico de un país, sin embargo no podemos desconocer que ese grado de desarrollo está proporcionado no sólo por el desempeño de las funciones públicas sino esencialmente por la competitividad de sus empresas dado que son ellas y no las naciones las que por cierto compiten estratégicamente en los distintos mercados, como bien señala Michael Porter en su célebre libro La ventaja competitiva de las naciones en el cual analiza el auge y el éxito de los países líderes.

En línea con esta premisa, el “World Economic Forum” viene divulgando desde hace más de tres décadas un informe acerca de la competitividad mundial desglosado en los diferentes países. Dicho informe se fundamenta en distintos pilares e indicadores claves tales como: calidad institucional, respeto de los derechos de propiedad, independencia de la justicia, seguridad y transparencia del gobierno y de las empresas; calidad de la infraestructura, transporte y energía; contexto macroeconómico (inflación, endeudamiento público, disciplina fiscal); calidad de la salud y la educación; eficiencia en el mercado de bienes a través de leyes anti monopólicas, posibilidad de desarrollo de nuevos negocios y apertura del comercio exterior; eficiencia del mercado laboral; desarrollo del mercado financiero; disponibilidad tecnológica; tamaño del mercado tanto doméstico como externo; sofisticación en los negocios y grado de innovación, I+D y protección de la propiedad intelectual.

Ahora bien, ¿cuál es el mejor ambiente para desarrollar esa competitividad? Decimos “mejor” dado que a pesar del sublime esfuerzo de la ciencia en el progreso de las relaciones humanas, no hay sistema perfecto entre nosotros sino continuas hipótesis que desafían a la ignorancia humana. Y entre esas hipótesis hallamos al centro de investigación norteamericano “The Heritage Foundation” quien promueve los principios de la libre empresa, el gobierno limitado y la libertad individual. Para este centro la libertad económica no sólo promueve la prosperidad humana sino que además es el antídoto contra la pobreza. Sus estudios vienen demostrando que a medida que la economía mundial se ha movido a lo largo de las últimas décadas en una mayor libertad económica a sus habitantes, el PBI mundial ha aumentado cerca del 70% reduciéndose el índice de la pobreza mundial nada menos que a la mitad. Asimismo sus estudios destacan que la mayor libertad económica se traduce no sólo en una reducción de la pobreza sino también en un mayor rendimiento tanto en el crecimiento económico como en el ingreso per cápita, la atención médica, la educación, la protección del medio ambiente y el bienestar general.

A partir de ambos estudios podemos vincular y reordenar los rankings por países y de esta manera constatar que en general aquellos países con mayor libertad económica son también los más competitivos y viceversa. Esta correlación podemos graficarla de la siguiente manera:
 


Fuente: elaboración propia en base a The Heritage Foundation y
World Economic Forum 
 
La palabra libertad es un término policromático cuya hermenéutica comprende un abanico de expresiones, algunas de ellas contrarias entre sí, y que ha variado a largo de la historia. No obstante ello, y a los efectos de este análisis, podemos acudir a los Dos conceptos de libertad esgrimidos por el filósofo Isaiah Berlin en 1958. Para él existe una libertad “positiva” relacionada a la voluntad, a la autorrealización, al ámbito personal, a la libertad para efectuar algo, distinguiéndola de la libertad “negativa” vinculada a la acción externa, a la ausencia de coacción o intervención por parte de otros, esto es la libertad de alguien para actuar. Si bien ambas libertades son complementarias y deberían armonizarse, eso no quita sin embargo que pueda haber conflicto entre ellas.

Siguiendo los conceptos de Berlin, podemos advertir entonces que la libertad económica pertenece a la libertad negativa siendo la más controvertida de ambas libertades dado su incumbencia social. Para los creyentes cristianos (y para otras creencias religiosas) los recursos materiales son un medio para alcanzar el bien y no un bien en sí mismo; el hombre está de paso en este mundo y la santidad es su fin último por encima de todas las ganancias temporales que pueda ser capaz de usufructuar. Pero este presupuesto no implica que la libertad económica sea un obstáculo ni una contradicción a la moral cristiana porque no es ella sino el hombre quien es responsable de sus acciones, es quien coordina sus actividades y coopera con sus semejantes. Es por ello que la libertad económica puede ser un genuino entorno para alcanzar objetivos materiales y a la vez para cultivar las virtudes humanas desplegando el encuentro comunitario que nos encamine a una trascendencia espiritual orientada a la gloria de Dios.

Si para los no creyentes los bienes materiales son un fin en sí mismo como consecuencia de su obligación natural de subsistencia, la libertad negativa debería ser para ellos la forma por la cual se evita la sumisión humana, sería el requisito que impide la dominación y la servidumbre, acciones despreciables que alteran aquella finalidad teleológica. Es por ello que podemos afirmar que el hombre es libre cuando puede producir y enriquecerse honradamente por sus propios medios a través de la relación que estrecha con los demás, siendo así la libertad económica el puntal antropológico que fomenta el encuentro, la paz y el respeto entre las personas y por qué no entre los pueblos.

Sea cual fuese entonces el fin del hombre, la libertad económica nos lleva a fomentar la creatividad, a desarrollar el espíritu emprendedor como base de todo progreso, a estimular la inversión y la creación de empleo basado en las capacidades y talentos, en la idoneidad para competir. ¿Qué sería hoy del hombre si no hubiese salido de las cavernas, si no hubiese asumido el riesgo de innovar, si no hubiese accedido al impulso de superación? El ejercicio de la libertad es en sí mismo una valoración de la persona, es una afirmación de su dignidad que redime su proyecto de vida en lugar de resignarse a la coerción manipuladora de los gobiernos o de minorías privilegiadas.

La libertad económica por lo tanto implica necesariamente la limitación del poder y no poder para limitar las libertades. Así, la libertad económica se convierte en un multiplicador de posibilidades para mejorar la calidad de vida de las personas, se transforma en un impulsor de descubrimientos competitivos, en un verdadero manantial de oportunidades, de tantas oportunidades como personas libres y de buena voluntad haya en este mundo en el cual cada uno de nosotros damos testimonio de nuestra perecedera pero muy valiosa existencia.
 

domingo, 12 de abril de 2015

Escasez: las ciencias sociales y el paraíso perdido

Aunque sea un absurdo recordarlo, el hombre sobrelleva su exigua vida a través de una esencial restricción: la escasez.

La producción de bienes y servicios es un objetivo primario en la vida del hombre y tal como señala Mirabella en sus Fundamentos de Filosofía Económica, la economía existe porque el hombre es indigente desde que nace hasta que muere, motivo por el cual requiere gobernar el mundo natural tanto para su seguridad física como para su subsistencia biológica.

El hombre reside en un mundo limitado, y su indigencia se anida en sus propios deseos y necesidades dado que éstos serán siempre mayores a los recursos que dispone. Esta es precisamente la ley y premisa fundamental de la ciencia económica: la escasez como atributo de la naturaleza humana.

De igual modo, al hombre se le presenta la escasez del conocimiento, esto es, una indomable ignorancia que lo cortejará hasta el final de su vida. Será la ciencia, por cierto, la encargada de ir corriendo el velo de esa incapacidad humana aunque ésta supone una premisa imposible de prescindir: los límites de esa ciencia no son otros que los propios límites del ser humano, ergo, carecer de verdades completas y absolutas parece ser una barrera infranqueable.

Como resultado de esa ignorancia, el hombre convive con la incertidumbre. Las acciones humanas constituyen, de suyo, acciones falibles cuyas consecuencias desordenas en la sociedad amplifican su complejidad y restringen su predicción. Esta limitación es denominada por Nassim Taleb en El cisne negro como la “ceguera ante el futuro” y es la que impide predecir aquellos sucesos “improbables” basados en la “estructura de lo aleatorio en la realidad empírica”.

La incertidumbre es propia de las ciencias sociales y a diferencia de las ciencias naturales y las ciencias exactas, en el mundo económico no hay certezas siendo la incertidumbre la “savia” que recorre los negocios, pero a su vez un generador de valor por excelencia porque como nos dice Shackle en Epistémica y Economía, el secreto del éxito es la “novedad” que por definición es algo que no se conoce, ella es justamente una revelación al conocimiento.

Es por ello que la incertidumbre por sí misma no detiene la acción del hombre, por el contrario, la humanidad ha avanzado merced a la exaltación de la libertad y la de su propio designo afrontando el futuro desconocido como un reto a la esperanza.

Esta opción por la libertad exige al hombre asumir riesgos que se manifiestan a través de los precios los cuales comunican la escasez y la relación de intercambio que surge de ella. Friedrich Hayek en uno de sus ensayos medulares acerca del mercado, The use of knowledge in society, nos advierte que a través de los precios se capta y se comunica el “conocimiento disperso” distribuido en la sociedad, ya que ese conocimiento no está “dado” ni puede estar en la mente de alguien en su totalidad.

Progresar no es administrar la escasez sino generar riqueza a través de nuevos conocimientos, que en términos de Hayek, es un  “proceso de descubrimiento”  y la capacidad de adaptación a lo desconocido constituye la clave de ese proceso evolutivo.

Como vemos, si el hombre fuese omnipotente o compartiera el reinado de un dios, estas dificultades estarían ausentes en la vida humana. En la tradición judeo-cristiana (de forma similar sucede en otras religiones), ello se ve reflejado en la figura bíblica del Edén: mientras el hombre participaba del árbol de la vida y contemplaba el árbol del conocimiento, todo era para él un jardín de abundancia. Al ser excluido de ese paraíso por comer del segundo árbol, afloró la escasez en su vida y colocó al hombre en el drama de discernir y de padecer el sufrimiento.

La pobreza es hija de la escasez material como lo es la ignorancia de la escasez de conocimiento, pero ambas se pueden mitigar a través de un mismo medio: la cooperación de las personas. El hombre por su linaje no es autosuficiente, acude a vivir en sociedad para superar esas necesidades materiales e intelectuales, como así también para cultivar su vida espiritual y moral en relación a sus semejantes; y bajo este concepto de sociabilidad representado por las personas que se unen para un fin común a todos ellos, es de donde emerge la noción de “bien común”.

A diferencia de los animales, el hombre cuenta con capacidad creadora, pero es en un marco de libertad de acción y de respeto a las individualidades en donde prospera ese concepto fundamental de unión humana. Como lo explica Maritain, el bien común no es la colección de bienes privados ni tampoco el bien de un todo que sacrifica las partes, por el contrario, el bien debe ser común al todo y a las partes sobre las cuales se difunde y se benefician.

Así pues, podríamos finalizar diciendo que la escasez no es sinónimo de pobreza sino una provocación innata al progreso, un llamado a la generación incesante de conocimiento, una convocatoria a la creación responsable de riqueza a partir de valores y fines comunes al ser humano.