domingo, 27 de marzo de 2016

Una prodigiosa lección de economía empresaria

El capítulo 25 del Evangelio según San Mateo, versículo 14 al 30, nos brinda una gran enseñanza religiosa pero también nos deja una prodigiosa lección de economía empresaria. La parábola de los talentos revela nuestra responsabilidad por los dones recibidos, nos señala el sentido de hacer fructífera la vida ejercitando nuestras propias capacidades.

Si bien la parábola nos habla del reino de Dios y del juicio final, nos habla también de emprendedurismo y empresarialidad a través de la economía de los talentos, una palabra que conlleva en el Evangelio dos significados: en primer lugar se utiliza como dinero o moneda dado que el “talento” era la unidad de medida de aquél momento, pero a la vez se utiliza como un don que debemos multiplicar en nuestra vida.


La parábola nos entrega al menos tres axiomas económicos relevantes. El primero de ellos es la desigualdad natural en las capacidades de los hombres: “A uno le dio cinco talentos, a otros dos, y uno solo a un tercero, a cada uno según su capacidad”. Los talentos no son dados a todos por igual, en la parábola el amo confió a sus servidores diferentes talentos pero a cada uno de ellos le reclamó la productividad proporcional al dinero recibido.

Esta diferenciación resalta el valor de la heterogeneidad humana en oposición a un sistema colectivista de igualación en donde nadie posee responsabilidad ni mérito alguno. En consecuencia, para que surja la responsabilidad debemos garantizar la libertad individual promoviendo una sociedad abierta y emprendedora; y para conseguir esa libertad debemos pregonar la ausencia de coacción tanto externa como interna, dado que cualquier tipo de manipulación o violencia a la persona o a su propiedad limita la libertad y condiciona las acciones humanas.

Este principio de no agresión facilita así la complementación de los talentos la cual es ciertamente virtuosa cuando brota de la acción humana libre y voluntaria, esto es cuando nace de su propio interés para sustituir, en términos de Mises, “un estado menos satisfactorio por otro mejor”. Aquí, el interés propio no anula la mutua colaboración, por el contrario, la diferencia en las capacidades y habilidades humanas es la razón de ser de aquella complementación a través de la cual podemos superar las debilidades individuales.

El segundo axioma surge como derivación del anterior y consiste en descubrir la auténtica vocación para cumplir del mejor modo con nuestro compromiso de acrecentar los frutos. La vocación es un llamado, es una convocatoria a la cual debemos responder como deudores en el transcurso de la vida, porque a ella no llegamos de forma autónoma sino por el don recibido.

Sin dudas cumplir ese llamado requiere mucha perseverancia y pasión. El desarrollo de las capacidades implica eludir el ocio y la haraganería para poner el ingenio al servicio de la creación de nuevos recursos materiales o intangibles. Esconder o reprimir nuestros talentos es contrario a la voluntad de Dios: “¡Siervo malo y holgazán! Sabías que cosecho donde no he sembrado y recojo donde no he esparcido”, nos dice el Evangelio de San Mateo.

De esta manera la parábola nos manifiesta que la actividad lucrativa no es mala per se, por el contrario, estamos llamados a multiplicar los bienes de esta tierra, y en este sentido es pertinente recordar que justamente la palabra negocio proviene de la unión de dos palabras latinas: nec otium, esto es “no ocio” o negación al ocio, vale decir, una actividad con ganancia o recompensa. De igual forma podemos decir que la avaricia por parte de aquellos que disponen la riqueza es también contraria a la voluntad de Dios como lo hizo aquél “siervo malo y holgazán” enterrando el dinero en el suelo.

Finalmente, como tercer axioma, la parábola resalta la posibilidad de valerse de la actividad financiera para conseguir el bien por el cual fuimos convocados: “tendrías que haber colocado el dinero en el banco, y así, a mi regreso, lo hubiera recuperado con intereses”. El Evangelio no solamente hace alusión al costo del capital o al valor temporal del dinero sino también a la necesidad de alcanzar un objetivo superior en el largo plazo y que le da sentido a esa responsabilidad por sustentar dicha creación de riqueza.

El valor de la empresa no resulta de la maximización de las utilidades hoy sino de las potenciales utilidades que se pueda obtener en el futuro. Pensar exclusivamente en el presente puede destruir valor a largo plazo y esa dimensión del tiempo es la que brinda un significado a la empresa dado que la continuidad del negocio a largo plazo permite superar los límites actuales para trascender hacia las próximas generaciones a través de sólidas relaciones de confianza y un saludable sistema de valores compartidos.

En resumen, los retos empresarios son hasta aquí múltiples y complejos: valorar la diversidad, motivar la iniciativa individual, fomentar la colaboración, impulsar el compromiso, desarrollar las habilidades alineadas al negocio, transmitir coherencia y ejemplo para fortalecer las creencias y valores a largo plazo; en definitiva, inspirar el significado del trabajo de sus colaboradores para liberar su talento y potenciar sus capacidades con originalidad, transparencia e integración, y conscientes además que es en la empresa en donde se amalgama gran parte de la realización de las personas como deudores de la vida.

No es extraño entonces vislumbrar la notable analogía entre los proféticos axiomas de la parábola del Evangelio con el “talentismo” que hoy están viviendo las empresas a la manera de un “nuevo capitalismo” tal como lo ha denominado Klaus Scwab, fundador del World Economic Forum. El fracaso de las teorías socialistas ha puesto de manifiesto la importancia del capital humano, siendo hoy la gestión del talento uno de los objetivos primordiales que tienen las empresas y como tal no se limita exclusivamente al “bottom line” de su estado de resultados.
 
La actividad económica es mucho más que un conjunto de transacciones comerciales, hay en ellas un sinfín de interrelaciones personales colmadas de intereses, emociones, sueños y proyectos. Las personas son la esencia de la economía empresaria, y cada una de ellas aporta su talento y su propia identidad; y como nos expresa Viktor Frankl en su maravillosa obra El hombre en busca de sentido, las personas eligen en una gran masa de posibilidades en cuál de ellas ha de realizarse, cuál será su “huella inmortal en la arena del tiempo”, cuál será el “monumento de su existencia”. Es por ello que al unir con total comprensión, ecuanimidad y destreza estas realizaciones personales con las metas y competencias requeridas por el negocio, se afianza no sólo la sustentabilidad y el éxito de la empresa a largo plazo sino también la calidad de vida de sus empleados y su propio sentido existencial.