Ahora
bien, la libertad es el camino virtuoso de la ética a través de la cual las
personas (y las empresas) se unen voluntariamente en sociedad para coordinar
sus acciones individuales y multiplicar su capacidad creadora frente a la
escasez propia de la condición humana. De esta manera podemos decir que la
libre empresa le debe a esa libertad toda su responsabilidad: a mayor libertad
le corresponde mayor responsabilidad y viceversa, a menor libertad menor
responsabilidad dado que la restricción de la acción humana reprime la
posibilidad de forjar su dignidad y su propio destino.
Por
lo tanto, si la libertad y la responsabilidad son dos caras de la misma moneda,
cabe preguntarse entonces si realmente el interés propio y la maximización de
los beneficios es un impedimento, o no, para el comportamiento altruista y la cooperación
social.
Para
Hayek, en línea con el liberalismo clásico de la escuela escocesa, el interés
propio es el motor de las acciones humanas y a su vez el imperativo moral por
medio del cual la libre empresa puede potenciar el beneficio del conjunto en un
mercado concebido como un proceso de “orden espontáneo” y en
el cual se comunican “conocimientos dispersos” a través de los precios de intercambio, de modo tal que
cada actor pueda adaptar libremente su proyecto particular al conjunto y alcanzar
de esa forma un orden global de mayor extensión.
Es
el mismo Hayek quien se encarga de aclarar a su vez que esta concepción
individualista no da lugar al inequívoco uso de la palabra “social” vacía de
significado y cuyo empleo a menudo se utiliza, según él, para “ocultar
aspiraciones que ciertamente nada tienen que ver con el interés común” asumiendo
así la sociedad una “entidad colectiva pensante con aspiraciones propias,
diferentes de las de los individuos que la integran”. Es por eso que Hayek se
reserva la calificación de social solamente “en el sentido de algo que la
propia sociedad ha creado de manera espontánea”, esto es, “fuerzas
coordinadoras que resultan ser fruto de las actividades independientes del
individuo en la comunidad”, vale decir, no están originadas en la voluntad de un
legislador o de un gobierno sino de las acciones humanas individuales no
intencionadas como conjunto.
Llegado a este punto parece
difícil compatibilizar el proceso espontáneo con una cooperación entre los
agentes dado que el consenso suele llevar a una posición constructivista
alejada del interés propio. Sin embargo, y aunque esa cooperación no otorgue un
beneficio “óptimo” a las partes, es igualmente una alternativa legítima ante
los males mayores que ocasionan las acciones egoístas. Es por ello que la
cooperación refleja intrínsecamente la problemática que comúnmente se denomina
como “el dilema del prisionero” o “teoría de los juegos”. Si dos agentes buscan
solamente su propio interés, es muy probable que los resultados finales a los
que arriben sean inferiores a los resultados que se pueden obtener a través de
la mutua cooperación, y de allí la justificación de un consenso. De todas formas,
para Hayek no hay contradicción entre competencia y cooperación, entre grupos
organizados y no organizados, porque para él el argumento de la libertad no es
el argumento contra la organización sino que es el argumento contra la
exclusión, los privilegios, los monopolios y contra el uso de la coacción que
impidan que otros lo hagan mejor.
Si
en la libre empresa entonces la cooperación es una opción válida y
razonable de creación de valor en beneficio propio, cabe finalmente formularnos
la siguiente cuestión: ¿es posible alcanzar una cooperación social “altruista”
bajo las acciones individuales de la libre empresa, o dicha cooperación queda
reservada a las acciones constructivistas o colectivistas?
Para
responder esta pregunta acudiremos al aporte de Karl Popper quien en su obra La sociedad abierta y sus enemigos (1945)
y en base a los conceptos que ya había aludido en una conferencia titulada Hombre moral y sociedad inmoral (1940),
elabora esta simple pero elocuente tabla de conceptos opuestos que
transcribimos a continuación:
(a) Individualismo
|
es lo contrario de
|
(a’) Colectivismo
|
(b) Egoísmo
|
es lo contrario de
|
(b’) Altruismo
|
La
idea central de Popper es defender la libertad, es decir una sociedad abierta
en rechazo a sus enemigos, esto es las ideas totalitarias derivadas del
historicismo marxista y del holismo platónico. Con este sencillo ejemplo
no sólo diferencia el individualismo del egoísmo sino que además demuestra que
el egoísmo no es propio solamente del individualismo, y es así que rechaza la
idea platónica de un egoísmo colectivo de sacrificar los intereses propios en
aras de los intereses de todos, argumentando por el contrario la posibilidad de
un altruismo individualista que para Popper es la base de la civilización
occidental, dado que no sólo “constituye la doctrina central del cristianismo
(‘ama a tu prójimo’ dicen las escrituras, y no ‘a tu tribu’) y el corazón de
todas las doctrinas éticas originadas en el seno de nuestra civilización” sino
que además constituye la doctrina práctica de Kant: “reconocer siempre que los
individuos humanos son fines en sí mismos y no utilizarlos como meros medios
para conseguir determinados fines”.
Tomando
estos conceptos podemos enlazar la libre empresa con las prácticas de RSE y a
través de un cuadro de doble entrada, conseguiremos situar ese vínculo
claramente en un solo cuadrante:
Por su dimensión “social”, las prácticas de RSE responden a una posición colectivista pero por el interés propio y el ánimo de lucro que conlleva la libre empresa coloca a dichas prácticas dentro del individualismo metodológico con el reto de concretar resultados a través de una meta altruista inducida por la cooperación social. El desafío ahora es saber si esta concepción de la RSE genera realmente valor para los accionistas o es solamente un costo a modo de una “licencia para operar”.
Si la respuesta es esta última opción, la RSE se estaría transformando en un gravamen social generando no sólo una doble imposición fiscal sino además una transformación colectivista de la misión empresaria avasallando los derechos de propiedad. Si por el contrario, la RSE es una elección razonable como fuente de valor para la libre empresa y cuya trascendencia potencia su reputación y sus resultados a largo plazo, podríamos decir entonces que no sólo existe compatibilidad entre la libre empresa y las prácticas de RSE sino que además dichas prácticas responsables son la guía necesaria para recorrer el camino virtuoso de la ética y que, como dijimos al inicio, emerge de la misma libertad.