sábado, 11 de octubre de 2014

RSE: una “nueva demanda”

Cada vez más los consumidores se interesan por la gestión de las empresas y en conocer su vínculo con la sociedad. No sólo le basta familiarizarse con sus productos y servicios sino que además quieren saber en el “cómo” lo hacen, se interesan en el cuidado que tienen del medio ambiente, el trato hacia sus empleados y la forma en que obtienen su rentabilidad.

No es casual esta “nueva demanda” de los consumidores. Una amplia lista de resonantes casos a lo largo de la historia, especialmente en las últimas décadas, ha salpicado la reputación de grandes empresas dejando al resto expuestas a la sospecha. Han sido casos de alto impacto que han quebrado la confianza de la sociedad, y al parecer han invertido la carga de la prueba, alterando aquel viejo aforismo jurídico que formula: "lo normal se presume, lo anormal se prueba". Si lo normal es ser responsable, ¿por qué entonces las empresas deben esforzarse en probar que lo son tomando acciones que pueden distanciarse del fundamento de su negocio?

A partir de este cuestionamiento, surge una pregunta esencial para la libre empresa: ¿las prácticas de Responsabilidad Social Empresaria (RSE) deben formar parte de sus costos operacionales o pueden contribuir a la generación de valor para sus accionistas?

Habitualmente la RSE es vinculada al concepto de los “stakeholders” lo cual es una verdadera contradicción no sólo con los derechos de propiedad de esos hipotéticos intereses colectivos sino también con su consecuente participación en el gobierno de la empresa. No nos vamos a detener en el origen y evolución del concepto de la RSE, sino que solamente nos focalizaremos en aquel interrogante para poder armonizar la noción de RSE con la libre empresa sustentada en la teoría de los “shareholders”, esto es en la creación de valor para el accionista.
Si bien esta relación entre RSE y “shareholders” en apariencia resultan contradictorios, lo cierto es que la RSE permite agregar valor a la libe empresa dado que, entre otros beneficios, puede contribuir a reducir el riesgo corporativo, mejorar la coordinación de los distintos intereses a través de las buenas prácticas, facilitar el acceso a mayores fuentes de financiación y fomentar una cultura favorable para el desarrollo y la liberación de las capacidades humanas que atiendan estratégicamente las necesidades de los clientes, la comunidad y su hábitat.
Todos estos beneficios se pueden resumir en un solo término: “reputación”, y es aquí en donde la RSE toma la verdadera dimensión alineada a la teoría de los “shareholders”. El capital reputacional de una empresa es el resultado final de todas sus acciones, no es una meta a seguir sino el corolario de su comportamiento, una consecuencia natural del buen desempeño. La reputación es un valor “intangible” percibido por los terceros y por la propia organización, y que genera valor a la empresa y a sus accionistas a lo largo del tiempo.
 
Pero ese activo intangible se fundamenta en un valor “tangible” que se despliega en toda la empresa y se refleja en sus balances a través de los beneficios que ella coherentemente reporta con su sello de fabricante o prestador de servicios, con su marca empleadora, con la aplicación de códigos de buen gobierno corporativo, con su ética ejemplar en los negocios y en su compromiso con el medio ambiente y la comunidad.

De este modo, y más allá de la dificultad que surge para medir dichos beneficios, el capital reputacional forjado por las prácticas de RSE no se ve contablemente en una línea del balance sino que se encuentra derramado en todos sus rubros a través de sus buenas prácticas, y se va incorporando en los ingresos y los gastos de la empresa a lo largo del desarrollo de su actividad. La empresa va generando así resultados que en parte son vertidos en el corto plazo como así también resultados sustentables que se irán confirmando en el tiempo, vale decir, son “resultados expectantes” que agregarán valor al accionista a largo plazo en la medida que exista congruencia entre aquellas prácticas que dice realizar y su verdadera reputación.

Esta distinción temporal de los resultados no es un dato menor sino que por el contrario es muy relevante dado que la continuidad a largo plazo se transforma en el “significado” de la empresa, esto es, le da “sentido” al valor de la compañía y, por lo tanto, la “responsabilidad” por sustentar dicho valor se convierte en un pilar fundamental para los accionistas y la empresa misma. Tal como lo explica Robert Nozick en sus Meditaciones sobre la vida, el valor involucra algo que está integrado dentro de sus propios límites mientras que el significado tiene alguna conexión más allá de esos límites, y es por ello que infundir significado a la vida es procurar trascender los límites de la vida individual.
En resumen, las prácticas de RSE no sólo agregan valor para el accionista alineado a los supuestos que sustentan a la libre empresa, sino que además le dan un “sentido” que trasciende la maximización de sus utilidades a corto plazo, porque nada impide que el interés propio impulsado por el espíritu empresarial se concilie con el comportamiento altruista y la cooperación social, todas ellas acciones propias y necesarias de la condición humana.