sábado, 20 de agosto de 2022

Libre empresa y acción humana

Las distintas Escuelas de la Administración nos han brindado un abanico de tipologías de empresas en función a su actividad, finalidad, propiedad, origen del capital, organización, tamaño, estructuras jerárquicas, entre otros factores. Pero el esfuerzo por prevalecer la libertad ante cualquier definición de empresa radica en enfocar el objeto de estudio en un aspecto fundamental y más general que hace a la esencia de la empresa: la “acción humana”.

Para ello tomaremos la dilucidación que Ludwig von Mises le ha consagrado a este presupuesto fundamental en su tratado de economía La Acción Humana (1949) y que ha dado impulso y desarrollo a la “praxeología”. Para Mises la acción humana es una “conducta consciente”, es una “voluntad transformada en actuación” con “precisos fines y objetivos”, que implican siempre “preferir y renunciar”. Así, la acción humana es la conducta deliberada de “sustituir un estado menos satisfactorio por otro mejor”.

Esta conceptualización misiana de asignar medios escasos para alcanzar fines precisos que mejoren nuestro estado de satisfacción, es propia de la naturaleza humana e implica una necesaria libertad y una categoría apriorística de la razón acerca de las causas que puedan provocar esos cambios buscados y deseados.

Estas valoraciones positivas son, ni más ni menos, las que impulsan y motivan a los empresarios a alcanzar sus objetivos a través del intercambio de los bienes y servicios que ellos han decidido emprender para optimizar sus intereses.

Daniel Kahneman, psicólogo y Premio Nobel de Economía, nos dice en su libro Pensar rápido, pensar despacio (2011) que “el optimismo es algo normal” y que dicha actitud “es en buena medida heredada, y es parte de una disposición general al bienestar, que quizá incluya una preferencia por el lado positivo de las cosas”, y es esa actitud optimista la que lleva a un “sesgo cognitivo” aún en contextos de incertidumbre. Es así como Kahneman nos dice que “en Estados Unidos, las posibilidades de que un pequeño negocio sobreviva a los cinco años son de un 35 por ciento”, sin embargo, “los individuos que montan tales negocios no creen que las estadísticas se puedan aplicar a ellos”.

Este diagnóstico se halla justamente en línea con el pensamiento misiano: la acción humana conlleva una escala de valores cuya jerarquización es propia de cada persona y por tal motivo no son aplicables datos matemáticos empíricos del pasado para explicar los comportamientos futuros de los seres humanos.

Como ya hemos expresado en otra oportunidad, las acciones humanas no son asimilables a las leyes físicas ni responden a cuestiones “mecanicistas”, en ellas no hay regularidades análogas a las ciencias naturales. Por el contrario, el libre albedrío incorpora una diversidad de percepciones y expectativas en función a las propias voluntades y capacidades humanas que le otorgan a las ciencias sociales un estatus científico de relativa rigurosidad predictiva.

Es por ello que no dejaremos de insistir en las ideas que Popper despliega de forma convincente en La miseria del historicismo (1957), dado que toda tentativa de abordar un dominio científico de las acciones humanas significaría una “ingeniería social” cuyo historicismo determinista desconocería al factor humano como “el elemento incierto y voluble por excelencia de la vida social”, y en última instancia, “cualquier intento de controlarlo completamente tiene que desembocar en la tiranía”.

Estos elementos epistemológicos básicos son suficientes para concluir que la empresa es una manifestación innata de las acciones humanas y que por tal motivo no puede disociarse de su necesaria libertad, constante evolución y búsqueda de oportunidades responsables ante las incertidumbres que depara la vida.