Si bien la
parábola nos habla del reino de Dios y del juicio final, nos habla también de
emprendedurismo y empresarialidad a través de la economía de los talentos, una
palabra que conlleva en el Evangelio dos significados: en primer lugar se
utiliza como dinero o moneda dado que el “talento” era la unidad de medida de
aquél momento, pero a la vez se utiliza como un don que debemos multiplicar en
nuestra vida.
La parábola
nos entrega al menos tres axiomas económicos relevantes. El primero de ellos es
la desigualdad natural en las capacidades de los hombres: “A uno le dio cinco talentos, a otros dos, y uno solo a un tercero, a
cada uno según su capacidad”. Los talentos no son dados a todos por igual,
en la parábola el amo confió a sus servidores diferentes talentos pero a cada
uno de ellos le reclamó la productividad proporcional al dinero recibido.
Esta
diferenciación resalta el valor de la heterogeneidad humana en oposición a un
sistema colectivista de igualación en donde nadie posee responsabilidad ni
mérito alguno. En consecuencia, para que surja la responsabilidad debemos
garantizar la libertad individual promoviendo una sociedad abierta y
emprendedora; y para conseguir esa libertad debemos pregonar la ausencia de
coacción tanto externa como interna, dado que cualquier tipo de manipulación o
violencia a la persona o a su propiedad limita la libertad y condiciona las
acciones humanas.
Este
principio de no agresión facilita así la complementación de los talentos la
cual es ciertamente virtuosa cuando brota de la acción humana libre y
voluntaria, esto es cuando nace de su propio interés para sustituir, en
términos de Mises, “un estado menos satisfactorio por otro mejor”. Aquí, el
interés propio no anula la mutua colaboración, por el contrario, la diferencia
en las capacidades y habilidades humanas es la razón de ser de aquella
complementación a través de la cual podemos superar las debilidades
individuales.
El segundo
axioma surge como derivación del anterior y consiste en descubrir la auténtica
vocación para cumplir del mejor modo con nuestro compromiso de acrecentar los
frutos. La vocación es un llamado, es una convocatoria a la cual debemos
responder como deudores en el transcurso de la vida, porque a ella no llegamos
de forma autónoma sino por el don recibido.
Sin dudas
cumplir ese llamado requiere mucha perseverancia y pasión. El desarrollo de las
capacidades implica eludir el ocio y la haraganería para poner el ingenio al
servicio de la creación de nuevos recursos materiales o intangibles. Esconder o
reprimir nuestros talentos es contrario a la voluntad de Dios: “¡Siervo malo y holgazán! Sabías que
cosecho donde no he sembrado y recojo donde no he esparcido”, nos dice el
Evangelio de San Mateo.
De esta
manera la parábola nos manifiesta que la actividad lucrativa no es mala per se,
por el contrario, estamos llamados a multiplicar los bienes de esta tierra, y
en este sentido es pertinente recordar que justamente la palabra negocio
proviene de la unión de dos palabras latinas: nec otium, esto es “no ocio” o negación al ocio, vale decir, una
actividad con ganancia o recompensa. De igual forma podemos decir que la
avaricia por parte de aquellos que disponen la riqueza es también contraria a
la voluntad de Dios como lo hizo aquél “siervo malo y holgazán” enterrando el
dinero en el suelo.
Finalmente,
como tercer axioma, la parábola resalta la posibilidad de valerse de la
actividad financiera para conseguir el bien por el cual fuimos convocados: “tendrías que haber colocado el dinero en el
banco, y así, a mi regreso, lo hubiera recuperado con intereses”. El
Evangelio no solamente hace alusión al costo del capital o al valor temporal
del dinero sino también a la necesidad de alcanzar un objetivo superior en el
largo plazo y que le da sentido a esa responsabilidad por sustentar dicha
creación de riqueza.
El valor de
la empresa no resulta de la maximización de las utilidades hoy sino de las
potenciales utilidades que se pueda obtener en el futuro. Pensar exclusivamente
en el presente puede destruir valor a largo plazo y esa dimensión del tiempo es
la que brinda un significado a la empresa dado que la continuidad del negocio a
largo plazo permite superar los límites actuales para trascender hacia las
próximas generaciones a través de sólidas relaciones de confianza y un
saludable sistema de valores compartidos.
En resumen,
los retos empresarios son hasta aquí múltiples y complejos: valorar la
diversidad, motivar la iniciativa individual, fomentar la colaboración,
impulsar el compromiso, desarrollar las habilidades alineadas al negocio,
transmitir coherencia y ejemplo para fortalecer las creencias y valores a largo
plazo; en definitiva, inspirar el significado del trabajo de sus colaboradores
para liberar su talento y potenciar sus capacidades con originalidad,
transparencia e integración, y conscientes además que es en la empresa en donde
se amalgama gran parte de la realización de las personas como deudores de la
vida.
No es extraño
entonces vislumbrar la notable analogía entre los proféticos axiomas de la
parábola del Evangelio con el “talentismo” que hoy están viviendo las empresas
a la manera de un “nuevo capitalismo” tal como lo ha denominado Klaus Scwab,
fundador del World Economic Forum. El fracaso de las teorías socialistas ha puesto
de manifiesto la importancia del capital humano, siendo hoy la gestión del
talento uno de los objetivos primordiales que tienen las empresas y como tal no
se limita exclusivamente al “bottom line” de su estado de resultados.
La actividad económica es mucho más que un conjunto de transacciones comerciales, hay en ellas un sinfín de interrelaciones personales colmadas de intereses, emociones, sueños y proyectos. Las personas son la esencia de la economía empresaria, y cada una de ellas aporta su talento y su propia identidad; y como nos expresa Viktor Frankl en su maravillosa obra El hombre en busca de sentido, las personas eligen en una gran masa de posibilidades en cuál de ellas ha de realizarse, cuál será su “huella inmortal en la arena del tiempo”, cuál será el “monumento de su existencia”. Es por ello que al unir con total comprensión, ecuanimidad y destreza estas realizaciones personales con las metas y competencias requeridas por el negocio, se afianza no sólo la sustentabilidad y el éxito de la empresa a largo plazo sino también la calidad de vida de sus empleados y su propio sentido existencial.