lunes, 18 de agosto de 2014

Cultura, economía y riesgo

Es tan rica como interesante la literatura acerca de la incidencia de los valores culturales en el desarrollo económico de un país. Para muchos autores, las costumbres, conductas, hábitos y creencias de sus habitantes son los que señalan el rumbo de una nación, es la cultura la que estimula el desarrollo hacia el bienestar y la prosperidad de sus miembros, es la que guía el camino de la unidad y una visión de proyecto compartido sostenible a largo plazo.

El “milagro japonés” es uno de los clásicos ejemplos acerca de esta tesis, y por supuesto, no es el único. Japón es una corroboración fáctica que los recursos naturales no son suficientes ni necesarios para el progreso económico. Pero no solamente eso: el caso japonés es también ejemplo de confianza y compromiso. La ética japonesa, influenciada por el budismo y el confucionismo, sin dudas facilitó su desarrollo económico pero el éxito de su sistema industrial corporativo, tal como expresa Kenichi Ohmae en La mente del estratega, fue fruto de un acuerdo institucional pragmático y en donde las personas fueron el auténtico centro de toda organización.
Desde ya que es innegable la importancia que ejercen los recursos naturales en la economía de un país y las ventajas comparativas que se pueden alcanzar en un mundo que demanda cada vez más alimentos, pero no son ellos per se la clave del desarrollo sino la forma y el modo que las personas administran los recursos y cómo a partir de ellos se puede forjar una economía competitiva de alto valor agregado. 

Hablar de desarrollo implica mucho más que la posibilidad de un crecimiento económico. El desarrollo revela la calidad de vida integral de sus habitantes y, por lo tanto, alude no sólo a cuestiones básicas de poder adquisitivo sino que, además, se refiere a los valores cualitativos que prevalecen en la comunidad tales como la libertad de las personas, el respeto a la vida, la protección de los derechos individuales, el reconocimiento de las capacidades humanas, la armonía en las relaciones, la transparencia y la honestidad, la justicia, la educación, la complementación de habilidades, la ayuda mutua, entre otros.
Todos esos valores son relevantes para el desarrollo económico pero como nos dice Michael Porter (*), los valores culturales genéricos no tienen una correlación inequívoca con el progreso económico dado que un mismo atributo puede tener implicancias disímiles en sociedades diferentes o en distintos momentos de una misma sociedad. Esta premisa es fundamental para las valoraciones culturales porque nos previene de cualquier determinismo o de aventuras sociales que atenten con el auténtico desarrollo.

Lo cierto es que los países desarrollados exhiben un nivel de riqueza per cápita superior al resto y al mismo tiempo ostentan instituciones (y no por obra de la casualidad) que resguardan valores fundamentales para fortalecer un crecimiento perdurable en el tiempo. De manera inversa, aquellos países que no logran instituir valores que potencien las iniciativas y las capacidades humanas quedan confinados a la pobreza o manifiestan tensas y bruscas vacilaciones degradando los valores que impulsan el desarrollo a la vez que postergan año tras año el futuro de sus generaciones.
El caso argentino se ajusta a esta última clasificación. Una muestra de la variación del PBI en los últimos 50 años nos revela claramente los marcados altibajos de la actividad económica reflejando las sucesivas crisis experimentadas incluso con períodos de altos niveles de violencia.

                   Fuente: Elaboración propia en base a datos del Banco Mundial






 
Un sistema cultural equilibrado y superador no sólo posibilita encausar un desarrollo económico que abrigue los más cálidos y trascendentes valores de pertenencia, sino que además mitiga el riesgo de inversión, retroalimentando las posibilidades de progreso.
El riesgo, según la definición de la Real Academia Española, es la “contingencia o proximidad de un daño”, y no hay mayor posibilidad de percibir ese perjuicio que en un contexto de volatilidad. Sin extendernos a una teoría de probabilidades, la incertidumbre que generan las oscilaciones en la economía de un país, a priori intimida el compromiso de inversión genuina a largo plazo dado los riesgos sistémicos derivados de dicho contexto, dando lugar tan sólo a negocios efímeros y especulativos.

Mientras sigan existiendo las fronteras, cultivar un sistema de valores que promueva el desarrollo de las personas sigue siendo el gran desafío de las naciones en un mundo heterogéneo y multicultural dominado por la tecnología, internet y las redes sociales. Lograr un sostenido crecimiento en la economía es primordial para arribar al desarrollo económico pero pretender alcanzarlo sin un entorno cultural que afiance las instituciones hacia un salto cualitativo de la sociedad parece, al menos, muy arriesgado y de nocivas consecuencias.
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(*) Michael Porter: Actitudes, valores, creencias y la microeconomía de la prosperidad. Ensayo publicado en “La cultura es lo que importa”. Editorial Planeta (2001).