domingo, 27 de abril de 2014

Una grata ocasión

Esta primer entrada coincide, y no por casualidad, con la canonización de Juan Pablo II y Juan XXIII. Elegí este día tan especial para agasajar la ceremonia concelebrada del Papa Francisco junto al Papa emérito Benedicto XVI, más allá de las especulaciones e interpretaciones que se puedan hacer sobre este día de “los cuatro papas”.

Mucho hay para destacar de las virtudes heroicas de estos santos, pero en esta oportunidad voy a resaltar solamente dos hechos personalísimos como así también dos de sus ricas encíclicas. Me estoy refiriendo a la convocatoria del Concilio Vaticano II por parte de Juan XXIII y al centenar de viajes a través del mundo realizados por Juan Pablo II, y en segundo término, a las encíclicas Pacem in terris y Fides et ratio escritas por estos pontífices respectivamente.
¿Por qué esta tan estrecha y arbitraria selección? Sencillamente porque allí puedo identificar y condensar en cierta medida los idearios que me impulsaron a caminar por este blog.

El Concilio Vaticano II impulsado por Juan XXIII y el mensaje cristiano anunciado incansablemente por Juan Pablo II a todos los habitantes del mundo hablan de una necesidad de diálogo, de una renovación y apertura de la Iglesia, de una marcada intención de compartir valores y principios tanto dentro como fuera de la comunidad católica.
Las encíclicas Pacem in terris y Fides et ratio expresan cada una a su manera la importancia de la armonía terrenal y espiritual. Como nos señala Juan XXIII, habitualmente no le dedicamos igual intensidad a la instrucción religiosa y a la instrucción profana y, por tal motivo, caemos en grandes contradicciones. Cuestionarnos a nosotros mismos, saber quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos, es el principio de un antiguo camino de búsqueda que, como nos dice Juan Pablo II, caracterizan el recorrido de la existencia humana y desembocan en una ineludible interacción entre la Teología y la Filosofía.

El hombre es un "anfibio" que vive en la biosfera y en el mundo espiritual, nos recalca Toynbee, y en ese debate sobre qué mundo elige vivir, este prestigioso historiador nos indica que el hombre occidental ha honrado a San Francisco al renunciar a la herencia de los lucrativos negocios de su familia pero ha seguido el ejemplo de su padre Pietro Bernardone, el próspero mercader de telas.
Juan Pablo II y Juan XXIII nos han dejado grandes enseñanzas pero en particular hoy quiero exaltar una de ellas: el hombre puede vivir coherentemente en aquellos dos mundos y para ello debe vivir una fe fortalecida por el amor, una fe animada por el espíritu de comprensión y de convivencia humana, una fe ayudada y sostenida por la razón, una fe promotora de la paz, la justicia y la verdad, alejada de toda irracionalidad, una fe que se integre al diálogo ecuménico y que ingrese a la vez en un diálogo crítico tanto con el conocimiento científico como con el saber filosófico.