sábado, 26 de diciembre de 2020

La ética de la inclusión

En el mes en curso se cumplieron 37 años del retorno a la democracia. Durante este largo período, nuestro país experimentó dos crisis traumáticas: la hiperinflación de 1989 y la salida de la convertibilidad en 2001. Dos debacles que sacudieron los problemas institucionales y sociales de la Argentina como consecuencia de aplicar políticas fiscales desmedidas cuyo riesgo estaba probadamente demostrado en la historia económica mundial.

Por si ello fuera poco, desde hace más de una década se ha duplicado el nivel histórico del gasto público en términos de la producción nacional al pasar de aproximadamente un 20% al 40% del PBI, lo cual no sólo está oprimiendo la inversión privada y la generación genuina del empleo sino que además está destruyendo los tejidos culturales básicos y necesarios para el desarrollo competitivo del país.

Es verdad que la pandemia del COVID-19 nos dio este año un empujón en la caída de la actividad económica al igual que en todo el planeta, pero en el caso argentino desnudó con total crudeza los peligros de nuestra decadente realidad, que venía desde hace tiempo advirtiéndose (con diferentes vaivenes) en el rezago del PBI per cápita en relación no sólo con el promedio del mundo sino también en comparación con la región latinoamericana y especialmente con nuestros países vecinos.

Fuente: elaboración propia en base a The World Bank

La última publicación del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina da cuenta de una situación inaudita: el 44,2% de la población total se encuentra bajo la línea de la pobreza, mientras que el 64,1% de los menores de 18 años vive en hogares cuyos ingresos son insuficientes para procurarse el conjunto de bienes y servicios primarios.

Todos estos datos resumen y ponen en evidencia que más allá de los relatos de la inclusión social con millones de personas beneficiadas a través del asistencialismo estatal, el fracaso de la Argentina es concluyente y ya no se puede ocultar más el escándalo de su pobreza. Es imprescindible cambiar las políticas públicas para evitar un tercer colapso cuyas consecuencias podrían ser verdaderamente dramáticas.

Estamos a tiempo, la convivencia democrática es una invención humana que tiene siglos de ambigüedades políticas, y tal como la examina Fernando Savater en su Invitación a la ética, la democracia es un “ideal”, no posee una “fórmula política” para el “aquí y ahora” sino que por el contrario, “la ciudad de los hombres” es una “tarea” que “debe permanecer siempre abierta e inacabada” y cuya pretensión democrática tiene, entre otras cuestiones, “la abolición efectiva de las desigualdades del poder” que nos lleven a “redescubrir la verdadera diversidad”, pretendiendo asimismo una “permanente transparencia de la administración” colocando al “trabajo” como principal “campo de lucha”.

La meta más noble de una sociedad organizada es vencer la escasez natural a través de la coordinación de todos sus miembros, valorando la pluralidad de las capacidades humanas. Es por ello que, dejando de lado las especulaciones partidarias, las reflexiones que he seleccionado del filósofo español son en mi opinión las claves éticas del éxito democrático: limitación al poder, transparencia y trabajo. Claramente, y a la luz de los resultados, nuestro país sigue estando muy lejos de alcanzarlo.

Revertir tantos años de frustración es sin dudas un gran desafío pero no es imposible. Debemos perseverar en el reclamo a nuestros mandatarios para que cumplan con su compromiso conforme a la Constitución Nacional, y así transformar en efecto las funciones primordiales del Estado y encaminarnos hacia un sistema de valores que nos permita lograr un progreso virtuoso y auténticamente inclusivo, con prácticas sensatas para revertir la pobreza y honrar la dignidad de las personas, resguardando la iniciativa individual, la confianza mutua y la cooperación social, pilares esenciales para una renovada esperanza en nuestra querida Argentina.