El hombre es un ser espiritual, cuyas creencias no sólo lo despojan del
vacío existencial sino que además le permiten superar la mera acción inmanentista
de la libertad. Como decía con gran sabiduría Ortega y Gasset en su ensayo Ideas y creencias, mientras en las
“ideas” pensamos y hacemos, en las “creencias” somos y estamos, unas se tienen,
se conjeturan, las otras nos sostienen, son el “continente de nuestra vida”.
El nacimiento de Jesús es el eje de la historia universal, a partir de Él no sólo nace el cristianismo sino que además dividimos la cronología de los hechos históricos. Pero la Encarnación del Dios Hijo en la Virgen María por el Espíritu Santo no es sólo un hecho histórico para los cristianos sino un hecho sobrenatural, una revelación divina que nos trae la buena noticia: Dios está con nosotros, Jesús es el Señor de la historia, Él es “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6).
Este es el verdadero motivo del festejo el cual brota de un saber muy particular: la fe, complemento de la razón y alimento de la esperanza. Las experiencias religiosas implican “releer” la realidad de la vida, es sumergirse en un fascinante misterio para descubrir lo sagrado sondeando detrás del velo de la ignorancia.
A diferencia de lo que muchos piensan, la fe no es ingenuidad ni un
impedimento para el progreso, por el contrario, requiere cultivar el espíritu y
experimentar una gran contemplación de tal modo poder transformarnos en
colaborador de Dios para la obra de su Creación. Así la fe es un auténtico
medio absolutamente voluntario para la ayuda mutua entre las personas, sin la
necesidad de un Estado que gobierne nuestras vidas a su antojo sino que proteja
los derechos naturales del hombre para su fructífera cooperación social.
Cuando pienso en aquellos colonos ingleses del “Mayflower” me los imagino desembarcando con la esperanza propia de la convicción religiosa que los convocaba. Alexis de Tocqueville en su clásica obra La democracia en América relata las costumbres y las ideas de esos colonos y su influencia en la estructura política de ese nuevo país, y entre muchas otras consideraciones expresó que “la religión ve en la libertad civil un noble ejercicio de las facultades del hombre; en el mundo político, un campo cedido por el Creador a los esfuerzos de la inteligencia”.
Es precisamente ese ejercicio de la libertad una necesidad humana para la sana convivencia y de total conformidad con la proclamación evangélica: “amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22,39). La civilización del amor tantas veces proclamada por Juan Pablo II es la propuesta cristiana para impulsar una sociedad honesta, respetuosa, justa y solidaria, y esa propuesta debe ser animada por el propio testimonio de los cristianos, porque “en esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan unos a los otros” (Jn 13,35).
Este es el mandamiento nuevo de Jesús y que nos llama a su permanente encuentro como el primer día. En Deus caritas est, la primer encíclica del pontífice emérito Benedicto XVI nos señala que “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida” y esa Persona es Jesús, el Hijo de Dios enviado al mundo “para que vivamos por medio de él” (1 Jn 4,9).
La Navidad no debe ser motivo de conflictos y contradicciones sino de una bendita armonía. Festejar el tiempo litúrgico de la Navidad significa celebrar la llegada del Salvador y una oportunidad para abrir los corazones, estrechar los lazos de amor fraterno y seguir alimentando nuestra fe en el Dios Uno y Trino para alcanzar la vida eterna.
Cuando pienso en aquellos colonos ingleses del “Mayflower” me los imagino desembarcando con la esperanza propia de la convicción religiosa que los convocaba. Alexis de Tocqueville en su clásica obra La democracia en América relata las costumbres y las ideas de esos colonos y su influencia en la estructura política de ese nuevo país, y entre muchas otras consideraciones expresó que “la religión ve en la libertad civil un noble ejercicio de las facultades del hombre; en el mundo político, un campo cedido por el Creador a los esfuerzos de la inteligencia”.
Es precisamente ese ejercicio de la libertad una necesidad humana para la sana convivencia y de total conformidad con la proclamación evangélica: “amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22,39). La civilización del amor tantas veces proclamada por Juan Pablo II es la propuesta cristiana para impulsar una sociedad honesta, respetuosa, justa y solidaria, y esa propuesta debe ser animada por el propio testimonio de los cristianos, porque “en esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el amor que se tengan unos a los otros” (Jn 13,35).
Este es el mandamiento nuevo de Jesús y que nos llama a su permanente encuentro como el primer día. En Deus caritas est, la primer encíclica del pontífice emérito Benedicto XVI nos señala que “no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida” y esa Persona es Jesús, el Hijo de Dios enviado al mundo “para que vivamos por medio de él” (1 Jn 4,9).
La Navidad no debe ser motivo de conflictos y contradicciones sino de una bendita armonía. Festejar el tiempo litúrgico de la Navidad significa celebrar la llegada del Salvador y una oportunidad para abrir los corazones, estrechar los lazos de amor fraterno y seguir alimentando nuestra fe en el Dios Uno y Trino para alcanzar la vida eterna.