lunes, 21 de diciembre de 2015

La función social del empresario

El empresario es un factor clave en la economía de un país, su influencia es de tal magnitud que podemos decir que la economía se fundamenta conforme a la figura del empresario dado que sin empresa no hay economía.

La función empresarial es tan amplia como compleja, motivo por el cual no es fácil circunscribir el concepto de empresario; sus acciones están referidas tanto a la propiedad intelectual del emprendimiento como a la inversión del capital, la dirección y administración de la empresa. Es por ello que su función está íntimamente relacionada a la teoría de la decisión cuyo ámbito interdisciplinario es el pilar que caracteriza al mundo de los negocios.

Para acercar una aproximación de dicho alcance podemos decir que sus funciones se extienden desde la gestación del negocio hasta la coordinación de los recursos necesarios para alcanzar su misión y objetivo estratégico, adaptarse a la evolución cultural y tecnológica, maximizar las utilidades del capital invertido y hacer de su negocio una verdadera comunidad de personas, sustentable en el tiempo y cuyo sentido trascienda a la misma empresa, a quienes la conforman y a todo su entorno económico, social y ambiental.

Como vemos el empresario requiere cubrir de manera colectiva diferentes instancias del saber y del hacer, y cuyos logros constituyen la clave del éxito y el progreso tanto de la empresa como de la economía en la cual se desarrolla, y como señalábamos precedentemente ese éxito comienza por uno de los roles más distintivos: su gestación, esto es su anhelo de “emprender”. La libre empresa supone un empresario rico en ideas y a la vez motivado por la acción, un empresario que lo anime el lucro pero también el riesgo, un empresario inspirado en el cambio pero sin que lo inhibe la posibilidad del fracaso.

De este empresario emprendedor se desprende otro de sus atributos característicos: la innovación. Uno de los primeros en destacar esta necesidad fue Joseph Schumpeter quien en su obra Capitalismo, socialismo y democracia considera al empresario como un rebelde del mercado que busca permanentemente romper el equilibrio en un proceso de “destrucción creativa”. Para Schumpeter toda empresa tiene que amoldarse a ese proceso para sobrevivir el cual es un “proceso de mutación industrial” y que “revoluciona incesantemente la estructura económica desde dentro, destruyendo ininterrumpidamente lo antiguo y creando continuamente elementos nuevos”.

La gestión de la innovación ha evolucionado a través de los años al ritmo de los cambios tecnológicos y de las diferentes metodologías de implementación, siendo en la era digital un atributo imprescindible para la creación de valor en las empresas. Pero el cuestionamiento a la posición de Schumpeter podríamos ubicarla en la concepción del mercado más que en la naturaleza de la innovación, la cual hoy se haya estimulada además por el apogeo de la creatividad a partir de los adelantos obtenidos en la neurociencia.

Israel Kirzner, en su libro Creatividad, capitalismo y justicia distributiva contrapone la función empresarial schumpeteriana como desequilibrador del mercado para crear un concepto diferente: el empresario “descubridor” de oportunidades de negocios en un contexto de conocimiento disperso y que como tal ya se encuentra en desequilibrio. Kirzner parte de los conceptos de Mises y Hayek acerca del mercado y del cálculo económico basado en la incertidumbre del futuro; es ese riesgo la fuente de las ganancias y pérdidas dado que si alguien pudiera anticipar el futuro, no habría resultado alguno. Es por esa ignorancia que el mercado es un “proceso de descubrimiento” y de esa forma el empresario no es un desequilibrador del mercado como lo proponía Schumpeter sino que es un equilibrador del conocimiento, y cuyos descubrimientos derivados de la competencia y la creatividad humana generan derechos de propiedad fundamentados en la ética y en la justicia.

El espíritu emprendedor, la gestión de la innovación y el descubrimiento de nuevas oportunidades son así los atributos intrínsecos de las empresas exitosas y los factores claves de desarrollo para cualquier economía. Sin embargo, la capacidad de “coordinación” es quizás la que sintetiza el logro de todas aquellas acciones. Existe un sinfín de información e intereses pero es el empresario, y solamente él quien puede mejor que nadie alcanzar la adecuada coordinación a través de una sana competencia, no hay nadie que pueda reemplazar esta función, esta es una responsabilidad exclusiva del empresario.

La coordinación de intereses, recursos y talentos requiere ser desplegada a toda la organización y para ello no sólo es suficiente habilidad y capacidad de gestión sino también las cualidades éticas y morales que guíen su acción. En la entrada RSE: una “nueva demanda” habíamos resaltado la importancia del capital reputacional en los negocios, siendo éste el resultado final de todas las acciones de la empresa, vale decir, una consecuencia natural de su buen desempeño, sin prebendas ni privilegio alguno.

Asimismo, la empresa y consecuentemente la responsabilidad del empresario en la economía y en la sociedad fue siempre una referencia obligada de la doctrina social de la Iglesia dado que el fundamento inmediato de esta doctrina es el hombre, su dignidad y su perfeccionamiento en el trabajo, en su familia y en su vida espiritual. La cuestión social ha estado presente desde León XIII con su encíclica Rerum Novarum hasta nuestros días, y de una u otra forma el empresario ha tenido una exhortación especial a través del cuidado de las relaciones laborales y su preocupación por el trabajo humano.

En este sentido Juan Pablo II en su encíclica Centesimus Annus resaltó la importancia de “trabajar con otros y para otros” como así también la nueva forma de propiedad vinculada al conocimiento, la técnica y el saber: “Organizar ese esfuerzo productivo, programar su duración en el tiempo, procurar que corresponda de manera positiva a las necesidades que debe satisfacer, asumiendo los riesgos necesarios: todo esto es también una fuente de riqueza en la sociedad actual. Así se hace cada vez más evidente y determinante el papel del trabajo humano, disciplinado y creativo, y el de las capacidades de iniciativa y de espíritu emprendedor, como parte esencial del mismo trabajo”. De esta manera, resalta sin rodeos la moderna economía de empresa la cual comporta para él aspectos positivos y cuya raíz es la libertad de la persona.

En el mundo actual centrado en la conectividad, las redes sociales, la colaboración mutua, la creación de vínculos y emociones, podemos concluir que hoy más que nunca la función social del empresario es esencial y vital no sólo para la creación de riqueza en las naciones sino también para el desarrollo cultural y humano de los individuos que contribuyen a esa creación, en un contexto de cambio generacional en donde los “nativos digitales” desplazarán con mayor celeridad el eje de la nueva economía.