Es por ello que el papel del Estado y su marco jurídico es fundamental a
la hora de considerar el desarrollo económico de un país, sin embargo no
podemos desconocer que ese grado de desarrollo está proporcionado no sólo por
el desempeño de las funciones públicas sino esencialmente por la competitividad
de sus empresas dado que son ellas y no las naciones las que por cierto
compiten estratégicamente en los distintos mercados, como bien señala Michael
Porter en su célebre libro La ventaja
competitiva de las naciones en el cual analiza el auge y el éxito de los
países líderes.
En línea con esta premisa, el “World Economic Forum” viene divulgando
desde hace más de tres décadas un informe acerca de la competitividad mundial
desglosado en los diferentes países. Dicho informe se fundamenta en distintos pilares
e indicadores claves tales como: calidad institucional, respeto de los derechos
de propiedad, independencia de la justicia, seguridad y transparencia del
gobierno y de las empresas; calidad de la infraestructura, transporte y
energía; contexto macroeconómico (inflación, endeudamiento público, disciplina
fiscal); calidad de la salud y la educación; eficiencia en el mercado de bienes
a través de leyes anti monopólicas, posibilidad de desarrollo de nuevos
negocios y apertura del comercio exterior; eficiencia del mercado laboral; desarrollo
del mercado financiero; disponibilidad tecnológica; tamaño del mercado tanto
doméstico como externo; sofisticación en los negocios y grado de innovación,
I+D y protección de la propiedad intelectual.
Ahora bien, ¿cuál es el mejor ambiente para desarrollar esa
competitividad? Decimos “mejor” dado que a pesar del sublime esfuerzo de la
ciencia en el progreso de las relaciones humanas, no hay sistema perfecto entre
nosotros sino continuas hipótesis que desafían a la ignorancia humana. Y entre esas
hipótesis hallamos al centro de investigación norteamericano “The Heritage
Foundation” quien promueve los principios de la libre empresa, el gobierno
limitado y la libertad individual. Para este centro la libertad económica no
sólo promueve la prosperidad humana sino que además es el antídoto contra la
pobreza. Sus estudios vienen demostrando que a medida que la economía mundial
se ha movido a lo largo de las últimas décadas en una mayor libertad económica
a sus habitantes, el PBI mundial ha aumentado cerca del 70% reduciéndose el
índice de la pobreza mundial nada menos que a la mitad. Asimismo sus estudios
destacan que la mayor libertad económica se traduce no sólo en una reducción de
la pobreza sino también en un mayor rendimiento tanto en el crecimiento
económico como en el ingreso per cápita, la atención médica, la educación, la
protección del medio ambiente y el bienestar general.
A partir de ambos estudios podemos vincular y
reordenar los rankings por países y de esta manera constatar que en general
aquellos países con mayor libertad económica son también los más competitivos y
viceversa. Esta correlación podemos graficarla de la siguiente manera:
Fuente: elaboración
propia en base a The Heritage Foundation y
World Economic Forum
World Economic Forum
La
palabra libertad es un término policromático cuya hermenéutica comprende un
abanico de expresiones, algunas de ellas contrarias entre sí, y que ha variado
a largo de la historia. No obstante ello, y a los efectos de este análisis, podemos
acudir a los Dos conceptos de libertad
esgrimidos por el filósofo Isaiah Berlin en 1958. Para él existe una libertad “positiva” relacionada a la voluntad, a la
autorrealización, al ámbito personal, a la libertad para efectuar algo,
distinguiéndola de la libertad “negativa” vinculada a la acción externa, a la
ausencia de coacción o intervención por parte de otros, esto es la libertad de alguien
para actuar. Si bien ambas libertades son complementarias y deberían
armonizarse, eso no quita sin embargo que pueda haber conflicto entre ellas.
Siguiendo los conceptos de Berlin, podemos advertir entonces que la
libertad económica pertenece a la libertad negativa siendo la más controvertida
de ambas libertades dado su incumbencia social. Para los creyentes cristianos (y
para otras creencias religiosas) los recursos materiales son un medio para alcanzar
el bien y no un bien en sí mismo; el hombre está de paso en este mundo y la
santidad es su fin último por encima de todas las ganancias temporales que
pueda ser capaz de usufructuar. Pero este presupuesto no implica que la
libertad económica sea un obstáculo ni una contradicción a la moral cristiana
porque no es ella sino el hombre quien es responsable de sus acciones, es quien
coordina sus actividades y coopera con sus semejantes. Es por ello que la libertad
económica puede ser un genuino entorno para alcanzar objetivos materiales y a
la vez para cultivar las virtudes humanas desplegando el encuentro comunitario
que nos encamine a una trascendencia espiritual orientada a la gloria de Dios.
Si para los no creyentes los bienes materiales son un fin en sí mismo como
consecuencia de su obligación natural de subsistencia, la libertad negativa debería
ser para ellos la forma por la cual se evita la sumisión humana, sería el
requisito que impide la dominación y la servidumbre, acciones despreciables que
alteran aquella finalidad teleológica. Es por ello que podemos afirmar que el
hombre es libre cuando puede producir y enriquecerse honradamente por sus
propios medios a través de la relación que estrecha con los demás, siendo así la
libertad económica el puntal antropológico que fomenta el encuentro, la paz y
el respeto entre las personas y por qué no entre los pueblos.
Sea cual fuese entonces el fin del hombre, la libertad económica nos
lleva a fomentar la creatividad, a desarrollar el espíritu emprendedor como base
de todo progreso, a estimular la inversión y la creación de empleo basado en
las capacidades y talentos, en la idoneidad para competir. ¿Qué sería hoy del
hombre si no hubiese salido de las cavernas, si no hubiese asumido el riesgo de
innovar, si no hubiese accedido al impulso de superación? El ejercicio de la
libertad es en sí mismo una valoración de la persona, es una afirmación de su
dignidad que redime su proyecto de vida en lugar de resignarse a la coerción manipuladora
de los gobiernos o de minorías privilegiadas.
La libertad económica por lo tanto implica necesariamente
la limitación del poder y no poder para limitar las libertades. Así, la libertad
económica se convierte en un multiplicador de posibilidades para mejorar la
calidad de vida de las personas, se transforma en un impulsor de
descubrimientos competitivos, en un verdadero manantial de oportunidades, de tantas
oportunidades como personas libres y de buena voluntad haya en este mundo en el
cual cada uno de nosotros damos testimonio de nuestra perecedera pero muy valiosa
existencia.