sábado, 6 de junio de 2015

Libertad económica, un manantial de oportunidades

Si la economía es el estudio de la creación de recursos para satisfacer las necesidades humanas, no debería ser intrascendente el ambiente en el cual se desentraña ese proceso de generación de riqueza como así tampoco la calidad de vida de los habitantes que contribuyen a ese vital objetivo.

Es por ello que el papel del Estado y su marco jurídico es fundamental a la hora de considerar el desarrollo económico de un país, sin embargo no podemos desconocer que ese grado de desarrollo está proporcionado no sólo por el desempeño de las funciones públicas sino esencialmente por la competitividad de sus empresas dado que son ellas y no las naciones las que por cierto compiten estratégicamente en los distintos mercados, como bien señala Michael Porter en su célebre libro La ventaja competitiva de las naciones en el cual analiza el auge y el éxito de los países líderes.

En línea con esta premisa, el “World Economic Forum” viene divulgando desde hace más de tres décadas un informe acerca de la competitividad mundial desglosado en los diferentes países. Dicho informe se fundamenta en distintos pilares e indicadores claves tales como: calidad institucional, respeto de los derechos de propiedad, independencia de la justicia, seguridad y transparencia del gobierno y de las empresas; calidad de la infraestructura, transporte y energía; contexto macroeconómico (inflación, endeudamiento público, disciplina fiscal); calidad de la salud y la educación; eficiencia en el mercado de bienes a través de leyes anti monopólicas, posibilidad de desarrollo de nuevos negocios y apertura del comercio exterior; eficiencia del mercado laboral; desarrollo del mercado financiero; disponibilidad tecnológica; tamaño del mercado tanto doméstico como externo; sofisticación en los negocios y grado de innovación, I+D y protección de la propiedad intelectual.

Ahora bien, ¿cuál es el mejor ambiente para desarrollar esa competitividad? Decimos “mejor” dado que a pesar del sublime esfuerzo de la ciencia en el progreso de las relaciones humanas, no hay sistema perfecto entre nosotros sino continuas hipótesis que desafían a la ignorancia humana. Y entre esas hipótesis hallamos al centro de investigación norteamericano “The Heritage Foundation” quien promueve los principios de la libre empresa, el gobierno limitado y la libertad individual. Para este centro la libertad económica no sólo promueve la prosperidad humana sino que además es el antídoto contra la pobreza. Sus estudios vienen demostrando que a medida que la economía mundial se ha movido a lo largo de las últimas décadas en una mayor libertad económica a sus habitantes, el PBI mundial ha aumentado cerca del 70% reduciéndose el índice de la pobreza mundial nada menos que a la mitad. Asimismo sus estudios destacan que la mayor libertad económica se traduce no sólo en una reducción de la pobreza sino también en un mayor rendimiento tanto en el crecimiento económico como en el ingreso per cápita, la atención médica, la educación, la protección del medio ambiente y el bienestar general.

A partir de ambos estudios podemos vincular y reordenar los rankings por países y de esta manera constatar que en general aquellos países con mayor libertad económica son también los más competitivos y viceversa. Esta correlación podemos graficarla de la siguiente manera:
 


Fuente: elaboración propia en base a The Heritage Foundation y
World Economic Forum 
 
La palabra libertad es un término policromático cuya hermenéutica comprende un abanico de expresiones, algunas de ellas contrarias entre sí, y que ha variado a largo de la historia. No obstante ello, y a los efectos de este análisis, podemos acudir a los Dos conceptos de libertad esgrimidos por el filósofo Isaiah Berlin en 1958. Para él existe una libertad “positiva” relacionada a la voluntad, a la autorrealización, al ámbito personal, a la libertad para efectuar algo, distinguiéndola de la libertad “negativa” vinculada a la acción externa, a la ausencia de coacción o intervención por parte de otros, esto es la libertad de alguien para actuar. Si bien ambas libertades son complementarias y deberían armonizarse, eso no quita sin embargo que pueda haber conflicto entre ellas.

Siguiendo los conceptos de Berlin, podemos advertir entonces que la libertad económica pertenece a la libertad negativa siendo la más controvertida de ambas libertades dado su incumbencia social. Para los creyentes cristianos (y para otras creencias religiosas) los recursos materiales son un medio para alcanzar el bien y no un bien en sí mismo; el hombre está de paso en este mundo y la santidad es su fin último por encima de todas las ganancias temporales que pueda ser capaz de usufructuar. Pero este presupuesto no implica que la libertad económica sea un obstáculo ni una contradicción a la moral cristiana porque no es ella sino el hombre quien es responsable de sus acciones, es quien coordina sus actividades y coopera con sus semejantes. Es por ello que la libertad económica puede ser un genuino entorno para alcanzar objetivos materiales y a la vez para cultivar las virtudes humanas desplegando el encuentro comunitario que nos encamine a una trascendencia espiritual orientada a la gloria de Dios.

Si para los no creyentes los bienes materiales son un fin en sí mismo como consecuencia de su obligación natural de subsistencia, la libertad negativa debería ser para ellos la forma por la cual se evita la sumisión humana, sería el requisito que impide la dominación y la servidumbre, acciones despreciables que alteran aquella finalidad teleológica. Es por ello que podemos afirmar que el hombre es libre cuando puede producir y enriquecerse honradamente por sus propios medios a través de la relación que estrecha con los demás, siendo así la libertad económica el puntal antropológico que fomenta el encuentro, la paz y el respeto entre las personas y por qué no entre los pueblos.

Sea cual fuese entonces el fin del hombre, la libertad económica nos lleva a fomentar la creatividad, a desarrollar el espíritu emprendedor como base de todo progreso, a estimular la inversión y la creación de empleo basado en las capacidades y talentos, en la idoneidad para competir. ¿Qué sería hoy del hombre si no hubiese salido de las cavernas, si no hubiese asumido el riesgo de innovar, si no hubiese accedido al impulso de superación? El ejercicio de la libertad es en sí mismo una valoración de la persona, es una afirmación de su dignidad que redime su proyecto de vida en lugar de resignarse a la coerción manipuladora de los gobiernos o de minorías privilegiadas.

La libertad económica por lo tanto implica necesariamente la limitación del poder y no poder para limitar las libertades. Así, la libertad económica se convierte en un multiplicador de posibilidades para mejorar la calidad de vida de las personas, se transforma en un impulsor de descubrimientos competitivos, en un verdadero manantial de oportunidades, de tantas oportunidades como personas libres y de buena voluntad haya en este mundo en el cual cada uno de nosotros damos testimonio de nuestra perecedera pero muy valiosa existencia.