La producción
de bienes y servicios es un objetivo primario en la vida del hombre y tal como
señala Mirabella en sus Fundamentos de
Filosofía Económica, la economía existe porque el hombre es indigente desde
que nace hasta que muere, motivo por el cual requiere gobernar el mundo natural
tanto para su seguridad física como para su subsistencia biológica.
El hombre
reside en un mundo limitado, y su indigencia se anida en sus propios deseos y
necesidades dado que éstos serán siempre mayores a los recursos que dispone.
Esta es precisamente la ley y premisa fundamental de la ciencia económica: la
escasez como atributo de la naturaleza humana.
De igual modo,
al hombre se le presenta la escasez del conocimiento, esto es, una indomable
ignorancia que lo cortejará hasta el final de su vida. Será la ciencia, por
cierto, la encargada de ir corriendo el velo de esa incapacidad humana aunque ésta
supone una premisa imposible de prescindir: los límites de esa ciencia no son
otros que los propios límites del ser humano, ergo, carecer de verdades completas
y absolutas parece ser una barrera infranqueable.
Como resultado de esa ignorancia, el hombre convive con la
incertidumbre. Las acciones humanas constituyen, de suyo, acciones falibles
cuyas consecuencias desordenas en la sociedad amplifican su complejidad y
restringen su predicción. Esta limitación es denominada por Nassim Taleb en El cisne negro como la “ceguera ante el
futuro” y es la que impide predecir aquellos sucesos “improbables” basados en
la “estructura de lo aleatorio en la realidad empírica”.
La incertidumbre es propia de las ciencias sociales y a diferencia de
las ciencias naturales y las ciencias exactas, en el mundo económico no hay
certezas siendo la incertidumbre la “savia” que recorre los negocios, pero a su
vez un generador de valor por excelencia porque como nos dice Shackle en Epistémica y Economía, el secreto del
éxito es la “novedad” que por definición es algo que no se conoce, ella es justamente
una revelación al conocimiento.
Es por ello que la incertidumbre por sí misma no detiene la acción del
hombre, por el contrario, la humanidad ha avanzado merced a la exaltación de la
libertad y la de su propio designo afrontando el futuro desconocido como un
reto a la esperanza.
Esta opción por la libertad exige al hombre asumir riesgos que se manifiestan
a través de los precios los cuales comunican la escasez y la relación de intercambio
que surge de ella. Friedrich Hayek en uno de sus ensayos medulares acerca del
mercado, The use of knowledge in society,
nos advierte que a través de los precios se capta y se comunica el
“conocimiento disperso” distribuido en la sociedad, ya que ese conocimiento no
está “dado” ni puede estar en la mente de alguien en su totalidad.
Progresar no es administrar la escasez sino generar riqueza a través de
nuevos conocimientos, que en términos de Hayek, es un “proceso de descubrimiento” y la capacidad de adaptación a lo desconocido
constituye la clave de ese proceso evolutivo.
Como vemos, si el
hombre fuese omnipotente o compartiera el reinado de un dios, estas
dificultades estarían ausentes en la vida humana. En la tradición
judeo-cristiana (de forma similar sucede en otras religiones), ello se ve reflejado
en la figura bíblica del Edén: mientras el hombre participaba del árbol de la
vida y contemplaba el árbol del conocimiento, todo era para él un jardín de abundancia.
Al ser excluido de ese paraíso por comer del segundo árbol, afloró la escasez
en su vida y colocó al hombre en el drama de discernir y de padecer el sufrimiento.
La pobreza es hija de la escasez material como lo es la ignorancia de la
escasez de conocimiento, pero ambas se pueden mitigar a través de un mismo
medio: la cooperación de las personas. El hombre por su linaje no es
autosuficiente, acude a vivir en sociedad para superar esas necesidades
materiales e intelectuales, como así también para cultivar su vida espiritual y
moral en relación a sus semejantes; y bajo este concepto de sociabilidad
representado por las personas que se unen para un fin común a todos ellos, es
de donde emerge la noción de “bien común”.
A diferencia
de los animales, el hombre cuenta con capacidad creadora, pero es en un marco
de libertad de acción y de respeto a las individualidades en donde prospera ese
concepto fundamental de unión humana. Como lo explica Maritain, el bien común
no es la colección de bienes privados ni tampoco el bien de un todo que
sacrifica las partes, por el contrario, el bien debe ser común al todo y a las
partes sobre las cuales se difunde y se benefician.
Así pues, podríamos finalizar diciendo que la escasez no es sinónimo de pobreza sino una provocación innata al progreso, un llamado a la generación incesante de conocimiento, una convocatoria a la creación responsable de riqueza a partir de valores y fines comunes al ser humano.