domingo, 8 de junio de 2014

Nuevas tendencias… ¿nuevas virtudes?

Una de las tendencias que vienen experimentando las empresas en los últimos tiempos es su esfuerzo por desarrollar el denominado “capital humano” y cuyo eje principal es la creación de una cultura que apalanque los conocimientos y competencias de las personas como ventajas únicas y distintivas de las empresas.

Esta tendencia sobreviene además con un cambio generacional que promueve, casi sin proponérselo, una mayor tolerancia a la diversidad, el uso intensivo de la tecnología y un ambiente de trabajo caracterizado por las redes y las relaciones, acorde a las nuevas habilidades y pautas de vida desplegadas por los jóvenes.
Este cambio trascendental en una sociedad cada vez más abierta y volcada al conocimiento, ha vuelto a poner al ser humano en el centro de la escena, y las empresas deben hoy encontrar las propuestas de valor adecuadas para conciliar la vida laboral con la vida personal de sus empleados, asegurar un adecuado clima de trabajo, establecer vínculos de lealtad y compromiso, y motivar un alto desempeño a través de las mejores prácticas que generen valor sustentable para la compañía.
Las personas son la clave del éxito de las empresas, los altos rendimientos y su buena reputación son concretadas por las acciones de las personas que la conforman en función a los valores que comparten en la organización y, por lo tanto, la capacidad para coordinar sus aptitudes y talentos es un activo intangible fundamental para la continuidad de la empresa a largo plazo.
 
Sin dudas, estas cuestiones del hacer llevan implícitas un cómo, esto es, de qué manera actúan las personas y se relacionan entre ellas para lograr esos buenos resultados. Cada empresa tiene sus formas de hacer las cosas pero sería difícil pensar que ellas se puedan alcanzar con éxito sin el perfeccionamiento de las virtudes humanas por parte de sus directivos y de todo su personal.
 
Para Aristóteles, la virtud era el mayor de los bienes y ello estaba relacionado tanto con la moral como con la inteligencia. Para él las virtudes no eran innatas, no nacen en nosotros sino que siendo capaces de recibirlas, las perfeccionamos en nosotros a través de la costumbre. De esta manera, nos dice que la virtud es un acto voluntario, es un hábito selectivo, y que consiste en tomar una posición intermedia entre dos vicios, uno por exceso, otro por defecto.
Podríamos decir entonces que la virtud es una acción voluntaria regida por un hábito constante y firme orientado hace un bien, en contraposición al hábito vicioso. Ahora bien, ¿y cuáles son esas virtudes?. La cultura occidental ha heredado de la tradición griega las denominadas virtudes cardinales y sobre la cual giran todas las demás virtudes humanas, ellas son: la justicia (dar a cada uno lo que es suyo), la prudencia (discernir entre lo bueno y lo malo), la templanza (controlar el apetito concupiscible) y la fortaleza (regular las emociones).
Juan Pablo II en su encíclica Centesimus Annus (una de las grandes contribuciones al pensamiento económico moderno de la Iglesia), además de hacer una elocuente reivindicación a la economía libre y al papel fundamental del mercado, destacó entre muchos otros aspectos la importancia de considerar a la empresa como una comunidad de hombres que buscan satisfacer sus necesidades fundamentales y en cuya comunidad están comprometidas importantes virtudes tales como la diligencia, la laboriosidad, la prudencia, la fiabilidad, la lealtad, la resolución de ánimo.
El desafío de las empresas es hacer realidad sus valores y para ello se necesita un desempeño virtuoso acorde a su visión y misión empresaria. Los nuevos paradigmas impulsados por el avance tecnológico, la globalización y la innovación en los negocios no son un obstáculo para el desarrollo de la virtud, por el contrario, es una invitación para enriquecerla, es una oportunidad para renovar y cultivar los buenos hábitos dado que el hombre es y seguirá siendo ineludiblemente la razón de ser de toda actividad económica.